CHILE: NUEVAMENTE LA VÍA PACÍFICA

(NUEVAMENTE LA CONCILIACIÓN DE CLASES)

CHILE: NUEVAMENTE LA VÍA PACÍFICA
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¡Salvo el poder todo es ilusión, los trabajadores a la revolución!

Así reza uno de los tantos gritos que des vez en cuando aparecen en las marchas como una forma de recordarles a los manifestantes que la toma del poder constituye el único programa por el cual el proletariado debe dar el todo por el todo.

Es también un llamado a despertar y quitarse de los ojos el velo o esas ilusiones que los mercaderes de sueños les han impuesto a las masas por siglos. La ilusión más peligrosa de todas no son precisamente las ópticas sino las ilusiones políticas y principalmente aquella que le dice a las masas que es posible domesticar al monstruo del capitalismo y a sus dueños la oligarquía y el imperialismo.

Desde que los antiguos partidos obreros chilenos devenidos en reformistas y revisionistas, los cuales, asumieron el electoralismo, el etapismo, la conciliación de clases y dejaron atrás el carácter clandestino y de cuadro del partido para transformarse en partidos abiertos y de masas, el proletariado ha transitado de elección en elección, de alianza electoral una tras otra sin que las cadenas y grilletes se hayan eliminado y a la vez viendo como la clase dominante en cada una de esas elecciones sólo incrementó su poder y ganancia como también adecuó su sociedad de clases a las nuevas circunstancias históricas. Esta aventura reformista, cargada de ilusión, ha mantenido al proletariado en la más absoluta esclavitud. ¿De qué sirven partidos de izquierda que se proclaman marxistas-leninistas, revolucionarios si al final de cuenta esconden la ideología y programa revolucionario debajo de la alfombra y concilian con la clase dominante estableciendo alianzas con los partidos burgueses asumiendo el programa de estos últimos? ¡De nada!

Si la historia pasada de electoralismo de los partidos reformistas, que tuvo su climax en la Unidad Popular y en la Vía Pacífica al Socialismo, se demostró insuficiente e ineficaz para alcanzar la emancipación del proletariado, 52 años después del triunfo de Salvador Allende, nuevamente un sector del pueblo se ha vuelto a ilusionar con la vía pacífica, o institucional, como la vía adecuada para desmontar al neoliberalismo, los 11 pilares que lo sustentan, realizar todos los cambios estructurados que deberían estar plasmado en una nueva constitución, todo esto, sin que la oligarquía y el imperialismo hagan algo y que se mantengan como meros espectadores solamente porque afuera hay una masa movilizada que se sabe mayoritaria. Este debate no es nuevo y bien puede ser rastreado hasta los tiempos de Lenin, quizás antes, cuando el dirigente revolucionario se batía con los mercaderes de ilusiones de ese entonces. Claro, a ese Lenin, los “leninistas” de hoy prefieren sepultar o simplemente tergiversar.

Debido a lo anterior, resulta interesante traer al presente un documento del Partido Comunista Revolucionario de Chile, PCR, que precisamente lleva por título CENTENARIO DE LENIN (I) LA "VIA PACIFICA" DE CORVALAN: CAMINO CONTRARREVOLUCIONARIO (Raimundo León, abril-mayo, 1964) encontrado en el Archivo del Centro de Estudios Miguel Enriquez (CEME)

https://www.archivochile.com/pp/pcr.html

La importancia de este documento, más allá del destino o desenlace que haya tenido el PCR, constituye un aporte para la realidad actual, para el momento que vive el movimiento de masas desde y dentro del estallido social, la situación de la izquierda en general como la proximidad de la Convención Constitucional.

Quien se de a la tarea de leer el documento verá que, a pesar del paso del tiempo y los cambios que ha sufrido el capitalismo como la democracia burguesa, la lucha de clases se mantiene ahí en forma innegable y evidente enfrentándose en ella las dos clases antagónicas e históricas: la burguesía y el proletariado. Verán también que ante las sucesivas crisis del capitalismo simplemente existen dos posibles salidas a ellas: la salida proletaria o la salida burguesa siendo esta última la que históricamente han asumido los reformistas y que ahora se aprestan a asumir nuevamente desde la firma del Acuerdo por la Paz, pasando por el plebiscito de octubre y que ahora corren alegremente a consolidar en una Convención que no tiene poder ni facultad alguna para llevar a cabo los cambios radicales y estructurales que se requieren con urgencia.

También se podrá desprenden de la lectura que para que la salida proletaria se vuelva posible y real ante los ojos de las masas se debe dar cumplimiento a los tres elementos esenciales de los revolucionarios: 1) creación del partido revolucionario, de la vanguardia, 2) creación de la fuerza material que pueda combatir y enfrentar el poder total de la clase dominante y 3) creación del Frente Único.

Ante esto sólo cabe señalar que la salida burguesa en el actual escenario se ha impuesto debido a la ausencia de los tres elementos  revolucionarios y que por lo tanto, ante esta nueva crisis sólo le cabe a los múltiples destacamentos que se definen como revolucionarios darse a la tarea.

Como dato histórico, el Partido Comunista Revolucionario, PCR, se fundó en 1966 (marxista-leninista-maoísta) donde junto con otras expresiones de revolucionarios, como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, constituyeron esa nueva izquierda que le comenzó a disputar los espacios, las masas y la dirección a los antiguos partidos obreros ya degenerados. El golpe de estado, la represión que sobrevino a esas nuevas organizaciones hizo que se disolviera en 1981.

Es curioso que reclamando el Partido Comunista (Acción Proletaria) como su heredero, hoy no sólo el PC (AP) no asuma el maoísmo y que también haya asumido el electoralismo, el reformismo a través de su partido legal, Unión Patriótica, como la principal forma de lucha dándole un carácter estratégico.

El PC (AP) viene participando en el ámbito electoral desde el inicio de la transición, 1990, donde es parte fundacional del pacto político-electoral, Movimiento de Izquierda Democrático Allendista (MIDA) junto a muchos otros colectivos y partidos reformistas donde también se encontraba el Partido Comunista de Chile que ha empujado al partido de Recabarren a la bancarrota. Desde esa fecha hasta hoy el PC (AP) ha participado en numerosas alianzas con el PC reformista.

Pero en la elección que se viene (abril, 2021), Unión Patriótica también habrá servido como paraguas para la expresión degenerada del MIR siendo este sector abiertamente socialdemócrata y reformista el cual reniega del pasado heroico y revolucionario que tuvo ese movimiento fundado por numerosos destacamentos revolucionarios

https://mir-chile.cl/

Si Kausky estuviera vivo sin duda pediría un cupo en tan selecto grupo.

NOTA PREVIA:
LUIS CORVALÁN fue Secretario General del Partido Comunista de Chile desde 1958 – 1989). Fallece el 2010 a los 93 años. Fue uno de los artífeces de la Vía Chilena al Socialismo. También bajo su dirección el Partido Comunista de Chile impulsa la Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM, 1980) como la táctica para enfrentar la dictadura dando origen a su aparato armado, Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). A pesar de ello, el PC siempre impulsó la unidad opositora también con los ex partidos burgueses que habían impulsado el golpe de estado contra Salvador Allende tendiendo los vínculos y desarrollando conversaciones con la Democracia Cristiana en los momentos donde se produce la internación de armas en Carrizal Bajo (norte de Chile, 1986) y el atentado a Pinochet (7 de septiembre, 1986).

Ya en 1987, y ante el intento del PC por desarticular el FPMR, el FPMR se separa del PC y pasa a denominarse FPMR-Autónomo. Posteriormente, el Partido Comunista participa en el plebiscito de 1988, apoya la candidatura presidencial del Patricio Aylwin (demócrata cristiano, impulsor del golpe de estado contra Salvador Allende) y se inscribe como partido político legal recuperando su tradición parlamentarista.

CENTENARIO DE LENIN (I) LA "VIA PACIFICA" DE CORVALAN: CAMINO CONTRARREVOLUCIONARIO Raimundo León. Abril- Mayo 1964.

(*) Nota de la Redacción:
Los renegados traidores a la clase obrera que conforman la camarilla que dirige el Partido Comunista de Chile blanden a diestra y siniestra la figura del gran Lenin para "justificar" su sucia conducta política de vagón de cola de la burguesía chilena. En ocasión del centenario del nacimiento de Lenin, hemos estimado necesario desenmascarar una vez más a estos campeones de la "vía pacífica", cómplices del imperialismo en todo el mundo y traidores a la clase obrera. Para ello, hemos elegido un articulo aparecido en la antigua revista "Principios Marxista-Leninistas", en mayo-julio 1964, publicado por un grupo de ex militantes del viejo partido comunista, denunciando la traición el marxismo-leninismo de Luis Corvalán y Cía. Este artículo, una de las primeras voces de alarma de los verdaderos revolucionarios chilenos contra el revisionismo contemporáneo, se llama "La 'Vía Pacífica' de Corvalán: Camino Contrarrevolucionario", y creemos que ayudará en mucho, aun hoy día, a esclarecer el verdadero papel de los traidores que engañan a las amplias masas sembrando las ilusiones de las "elecciones" como camino para que el proletariado llegue al poder. Creemos que el mejor modo de señalar la magna fecha que celebran los marxista-leninistas de todo el mundo en este mes de abril, es desenmascarar a los que han traicionado asquerosamente la herencia ideológica de Lenin.

El avance del movimiento revolucionario de un modo lineal, sin contradicciones, sin lucha contra las corrientes oportunistas que, inevitablemente se desarrollan en su seno, no es más que una ilusión. Esto es válido, tanto para dicho movimiento tomado en su conjunto, como en cada país determinado.

En consonancia con lo anterior, el aceptar una unidad falsa de lo que en Chile, con gran ambigüedad, se ha llamado "la izquierda", renunciando a un combate resuelto contra los oportunistas que hay en ella, lejos de contribuir a nuestro desarrollo revolucionario lo entraba y lo frena.

El anterior no sólo es un planteamiento de principios del marxismo-leninismo, completamente acorde con su teoría filosófica que concibe la realidad en cualquiera de sus planos, como contradictoria y el desarrollo como una lucha de contrarios, sino que un concepto ampliamente verificado en la historia concreta del proceso revolucionario. La batalla contra el oportunismo, en efecto, culminó con el rompimiento con él en la 1ª Internacional y con la necesidad de organizar la II Internacional. No obstante, ésta, también se escindió en dos corrientes: una revolucionaria encabezada por Lenin de la que habría de surgir la III Internacional y otra revisionista, oportunista, dirigida por Kautsky y otros renegados.

Nuestro país no podía ser, tampoco, una excepción a esta ley del desarrollo social y no lo es. Aquí ha surgido también una corriente oportunista vinculada ahora a una tendencia revisionista en el plano mundial.

Existe, por consiguiente, el deber para los auténticos revolucionarios de retomar esta gloriosa bandera de combate contra el oportunismo que nos legaran Marx, Engels, Lenin y los otros grandes creadores del socialismo científico.

Con este artículo, en que denunciamos el camino falso planteado por Luis Corvalán, actual Secretario General del Partido Comunista de Chile, nos proponemos precisamente eso: mostrar, —contraponiendo en este caso sus conceptos acerca de una pretendida "vía pacífica" al poder con los de un gran revolucionario: Vladimir Ilich Lenin— que nuestros oportunistas, como siempre ha ocurrido, están jugando un papel contrarrevolucionario.

Hemos elegido a Corvalán porque él ha querido transformarse en "sumo sacerdote" de esta gran conciliación oportunista que se enmascara detrás del llamado "camino pacífico" y por tratarse de quien ha intentado fundamentar públicamente —usufructuando del gran prestigio de los Partidos Comunistas de Chile y de la URSS—, en forma sostenida este fraude revisionista.

Insistimos, la necesidad de desenmascarar a nuestros oportunistas es un deber ineludible de los revolucionarios, pues la creación de un partido verdaderamente marxista-leninista y de un frente único realmente capaz de combatir a los reaccionarios en todos los terrenos, no es posible sin atacar a estos portavoces de la influencia burguesa en el movimiento popular. Entre estos oprtunistas los más peligrosos son aquellos que, como Corvalán y sus seguidores, se disfrazan de marxistas y pretenden hablar a nombre de la “nueva ola revolucionaria”, no siendo, en el fondo, más que simples reediciones de los viejos revisionistas.

“El oportunismo franco, dice Lenin, está abierta y directamente contra la revolución y los movimientos y explosiones revolucionarios incipientes, y se alía de manera directa con los gobiernos, cualesquiera sean las formas de esa alianza: desde la participación en un ministerio hasta la participación en los comités de industria bélica. Los oportunistas encubiertos, los kautskianos, son mucho más perjudiciales y peligrosos para el movimiento obrero, porque ocultan la defensa de su alianza con los primeros por medio de bonitas frases, también “marxistas”, y consignas pacifistas. La lucha contra ambas formas dominantes del oportunismo, concluye, debe llevarse a cabo en todos los sectores de la política proletaria: parlamento, sindicatos, huelgas, asuntos militares, etc.” (1).

Corvalán no ha sido tampoco una excepción con respecto al hábito de los “oportunistas encubiertos”, de tergiversar a los verdaderos marxistas para disfrazarse de “revolucionario”. Es así como inspirándose en un revisionista de mayor alcurnia internacional que él: Kusinen, intenta justificar sus prédicas de la “vía pacífica”, aduciendo que Marx admitió esta posibilidad en 1872 con respecto a Inglaterra y Estados Unidos. Sin embargo, siguiendo el hilo de la madeja más atrás todavía, para descubrir de dónde provienen estas “luces” a Kusinen y Corvalán, constatamos que ellas no son fruto del “marxismo creador” de estos revisionistas contemporáneos, sino que derivan, nada menos, que del “renegado Kautsky”, el padre del revisionismo (ya que el abuelo es Bernstein). Como a ese renegado lo -puso ya en su lugar el propio Lenin, no necesitamos argumentar nosotros para refutar a sus seguidores. “El argumento de que Marx admitió, en los años setenta, escribió Lenin, la posibilidad de una transición pacífica al socialismo en Inglaterra y los Estados Unidos, es el argumento de un sofista, o, para ponerlo en claro, de un estafador que juega con citas y referencias. Primero, esta posibilidad la consideraba Marx como una excepción, incluso entonces. Segundo, el capitalismo monopolista, es decir, el imperialismo, todavía no existía. Tercero, en Inglaterra y los Estados Unidos no existía entonces —ahora existe— un militarismo que sirviera de aparato principal de la máquina burguesa” (2). Es el propio Lenin, pues, señor Corva1án de quien usted se dice discípulo, quien lo ha llamado “sofista” y “estafador que juega con citas y referencias”. Esto le sucede por repetir indiscriminadamente los disparates de los revisionistas.

En otro lugar de sus artículos, Corvalán, ante la orfandad de argumentos históricos que le permitan justificar su “vía pacífica”, sostiene que: “aunque no se hubiese producido ningún caso de revolución socialista por la vía pacífica, para establecer como tesis la posibilidad de tal vía no era ni es obligatorio contar con precedentes históricos. Si para la elaboración de cualquiera tesis marxistaleninista, agrega, se requiriese primero una prueba práctica de la misma, una realización acabada, los clásicos del marxismo no habrían podido elaborar muchas de sus tesis”. Una parte de esta afirmación, así tomada en general, es correcta. Efectivamente el marxismo-leninismo ha previsto el desarrollo de una serie de procesos nuevos en la sociedad, que no tenían “precedentes históricos”, en el sentido -de que no habían ocurrido antes. No obstante, la predicción de hechos nuevos que realiza la ciencia revolucionaria, sobre la base del estudio de numerosos antecedentes históricos, no tiene nada que ver con la invención “a pulso” de nuevas tácticas para llegar al poder, como la “vía pacífica”, contra la que milita toda la experiencia histórica analizada por los marxistas y que está en contradicción abierta con las generalizaciones y principios básicos del marxismo. Es obvio que los mismos antecedentes que esgrime Lenin para refutar el mal uso hecho por los oportunistas de la referencia de Marx a Inglaterra y Estados Unidos: el imperialismo y su militarización, lejos de haber disminuido, se han acentuado en forma monstruosa en los últimos decenios.

LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA
Corvalán, en otros lugares de su teoría gandhista, echa por la borda, tranquilamentete, los conceptos marxistas acerca de la violencia y se permite elevar su pacifismo conciliador a la categoría de "planteamiento programático del movimiento comunista internacional". Esta aberración, síntoma de que ignora hasta el silabario del marxismo, intenta justificarla sosteniendo que: "El proletariado y su Partido nunca han sido partidarios de la violencia por la violencia". ¡Lindo razonamiento!, pero no viene al caso... Nadie ha sido nunca, salvo ciertos enfermos mentales, partidario de la "violencia por la violencia". Los revolucionarios sostienen que se precisa de la violencia para echar abajo la dictadura de la burguesía que se apoya en la fuerza de las armas controladas por las clases explotadoras. La frasecilla de Corvalán, pues, a la postre no resulta ser sino una soberana tontería. Tampoco los marxistas son partidarios del "arte por el arte", pero, ¿significa esto que sean "programáticamente" contrarios, por ejemplo, al arte revolucionario?

No obstante, detrás de la afirmación de Corvalán se esconde no sólo una tontería, sino un pensamiento profundamente reaccionario. El habla de la "violencia por la violencia", es decir, sin justificación ni motivo, porque piensa que sólo existe violencia cuando las clases dominantes adoptan la cárcel y la masacre de masas como su política habitual. Cuando esto no ocurre, para Corvalán nos encontramos en una situación "normal", ajena a toda violencia y, por lo mismo, el pueblo no tiene derecho tampoco de recurrir a ella. Con este criterio coincide plenamente con "El Mercurio" o "El Diario Ilustrado", cuando opinan, después de cada masacre, que se ha "restablecido el orden", que se ha impuesto el "principio de autoridad" y se ha retornado a una situación "normal". Es decir, se hace cómplice, por entero, de la hipocresía de las clases dominantes.

Al propugnar estas ideas reaccionarias, Corvalán reniega enteramente de las tesis más fundamentales del marxismo y se pasa de lleno al campo del oportunismo de un Kautsky o de un Bernstein, en lo que toca a la concepción del estado capitalista. "El Estado, escribe Lenin, es una organización especial de la fuerza, es una organización de la violencia para la represión de una clase cualquiera" (3). El desconocimiento de esta violencia congénita de cualquier estado clasista, lleva a Corvalán a afirmar: "si las clases dominantes... recurren a la violencia, el movimiento popular podría verse obligado a emprender otro camino, el de la lucha armada". Es decir, excluye la violencia revolucionaria, porque piensa que ella no existe normalmente en el capitalismo, salvo cuando los reaccionarios emplean las armas en una carnicería general y permanente.

Sin embargo, cualquier marxista, que no haya renegado, sabe que los trabajadores viven en el capitalismo bajo la violencia permanente de las clases explotadoras y que tienen, por lo mismo, pleno derecho a utilizar la violencia revolucionaria para zafarse de sus opresores. Esta no es una violencia del día de mañana, como piensa Corvalán, sino cotidiana y constante. Allí está, para constatarlo, el asesinato diario de nuestro pueblo por hambre o por viviendas insalubres; la muerte de decenas de miles de niños a causa de la desnutrición; los miles que son encarcelados porque el hambre y la desocupación los obliga a robar, etc. ¿O es que, el señor Corvalán, cree que el pueblo acepta por gusto su miseria y la explotación? La acepta porque detrás de los que se benefician con ella está la organización técnica de la violencia al servicio de las clases que controlan el poder. Cada vez que los trabajadores tratan de sacudirse el yugo o protestar de un modo más enérgico por la violencia diaria que les imponen los explotadores, esa violencia velada e hipócrita se transforma en masacre abierta. Para comprobar esto hasta la saciedad, allí están las matanzas de Ránquil, Lonquimay, del Salitre, Avenida Matta, Plaza Bulnes, 2 de Abril, José María Caro y tantas otras inscritas ya en el prontuario de la oligarquía chilena.

No se trata, pues, señor Corvalán, de que los reaccionarios puedan recurrir a la violencia y que sólo entonces se justifique una reacción popular. Desde hace centenares de años están aplicando, implacablemente, su dictadura de clases, su violencia contrarrevolucionaria. Sólo Ud., desde su escritorio o desde los alfombrados pasillos del Parlamento, y los oportunistas que le siguen, no lo advierten o no quieren advertirlo.

Lenin era particularmente consciente de esta violencia continuada que implica la existencia del capitalismo y, en función de ella, valoriza la lucha armada por el socialismo. "Por lo visto, escribe destacando la actitud heroica de unos proletarios que murieron en un choque callejero, estamos atravesando un momento en que nuestro movimiento obrero conduce de nuevo con fuerza incontenible a choques agudos que tanto asustan al gobierno y a las clases poseedoras y que tanto alientan y alegran a los socialistas. Sí, prosigue, estos choques nos alientan y nos alegran a pesar del enorme número de victimas de la represión armada, porque la clase obrera demuestra con su resistencia que no se resigna con su situación, no quiere seguir siendo esclava, no se somete en silencio a la violencia y a la arbitrariedad. El régimen contemporáneo, concluye, impone siempre y de manera inevitable a la clase obrera, con la más pacífica marcha de las cosas, sacrificios sin cuento. Miles y decenas de miles de hombres que trabajan toda su vida para crear riquezas ajenas, perecen a causa del hambre y de la inanición constantes, mueren prematuramente por efecto de las enfermedades debidas a las insoportables condiciones de trabajo, a las viviendas miserables y a la falta de descanso. Merece cien veces el nombre de héroe quien prefiere sucumbir en la lucha abierta contra los defensores y guardianes de este régimen abominable, a perecer de muerte lenta como una bestia de carga sumida en el embrutecimiento, extenuada y sumisa" (4).

Sólo aquellos pretendidos dirigentes que han hecho ya su "revolución personal" acomodándose de uno u otro modo, pueden permanecer ciegos a la violencia que sufre el pueblo; sólo ellos pueden darse el lujo de afirmar con Jruschov que "la revolución por vía pacífica corresponde a los intereses de la clase obrera y de las masas populares", aunque la tarea de "sugestionar" a la burguesía para que se desarme sola y entregue el poder, se prolongue hasta el infinito.

La opinión de Lenin en este punto traduce, también, fielmente la de todos los marxistas: "El camino reformista es el camino de las dilaciones, de los aplazamientos, de la agonía dolorosa y lenta de los miembros podridos del organismo popular, y los que más primordialmente sufren con este proceso de agonía lenta son el proletariado y los campesinos. El camino revolucionario, concluye, es el camino que consiste en la operación más rápida y menos dolorosa para el proletariado, en la eliminación directa de los miembros podridos, el camino de mínimas concesiones y cautelas con respecto a la monarquía y a sus instituciones repelentes, ignominiosas y podridas, que envenenan la atmósfera con su descomposición" (5)

En cambio, Ud., señor Corvalán, sostiene paradójicamente que la lucha armada del pueblo chileno duraría "algunos días o semanas a lo sumo". Y dice que a "esta conclusión se llega teniendo en cuenta entre otros hechos, las tradiciones de lucha de la clase obrera chilena, la circunstancia de que ningún Gobierno podría sostenerse durante un mes de paro de las actividades principales, etc."... Permítanos, entonces, sin entrar a discutir sus conceptos tácticos acerca de la vía violenta, preguntarle, ¿si todo es tan simple, por qué Ud. se empeña en impedir que se abra paso esta vía de rápida solución a los problemas populares? ¿O es que piensa que el pueblo vive tan bien como Ud. para seguir soportando un camino al poder que, según Ud. mismo, lleva ya un cuarto de siglo ensayándose? ¿No sucederá que Ud., y aquellos teóricos revisionistas internacionales que lo "orientan" no se interesan por la situación de nuestro pueblo y no tienen especial apuro por terminar con la explotación en Chile?

Partiendo de puntos de vista totalmente opuestos a esta modorra del señor Corvalán y conscientes de la violencia que sustenta a todo estado burgués, es que los marxistas eligen la violencia revolucionaria, como el único procedimiento rápido y eficaz para sepultar al capitalismo. Lenin cita a este respecto un párrafo de Engels en que éste critica a Duhring por su ocultamiento del papel fundamental de la violencia revolucionaria. "De que la violencia, dice la cita del Anti-Duhring, desempeña en la historia otro papel (además del de agente del mal), un papel revolucionario; de que, según la expresión de Marx, es la partera de toda la vieja sociedad que lleva en sus entrañas otra nueva; de que la violencia es el instrumento con la ayuda del cual el movimiento social se abre camino y rompe las formas políticas muertas y fosilizadas, de todo eso no dice una palabra el señor Duhring. Sólo entre suspiros y gemidos admite (al igual que Corvalán) la posibilidad de que para derrumbar el sistema de explotación sea necesaria acaso la violencia, desgraciadamente, afirma, pues el empleo de la misma, según él, desmoraliza a quien hace uso de ella". A esta altura Engels formula una pregunta de la que bien pudiera hacerse cargo el señor Corvalán, en nuestros días: "¿Y estos razonamientos turbios, anodinos, impotentes, propios de un párroco rural, se pretende imponerlos al Partido más revolucionario de la historia?" (6).

Es por consiguiente de esta fuerza, de esta violencia de las clases revolucionarias, que Corvalán quiere eludir, de donde brotan para el marxismo todos los derechos y posibilidades del pueblo. "¿Qué es una Constitución?", pregunta Lenin. Y responde: "Un papel en que están escritos los derechos del pueblo. ¿En qué consiste la garantía del real reconocimiento de estos derechos? En la fuerza de aquellas clases del pueblo que tuvieron la conciencia de estos derechos y supieron conseguirlos. Entonces, no nos dejemos seducir por las palabras —eso sólo cabe en los charlatanes de la democracia burguesa— no olvidemos ni por un minuto que la fuerza se manifiesta solamente con la victoria en la lucha". Y en otro lugar afirma: "El ejército revolucionario responde a una necesidad, porque los grandes problemas históricos sólo pueden resolverse por la fuerza y la organización de la fuerza es, en la lucha moderna, la organización militar" (7). Al renunciar, pues, a la violencia revolucionaria, señor Corvalán, Ud. ha renunciado al alma del marxismo-leninismo, ha renunciado a la revolución.

LOS PRETEXTOS DE CORVALÁN
Lo más notable en la postura pacifista de Corvalán es que, sintiéndose, al parecer, propietario del pueblo chileno y de su destino, pretende prohibir que nadie del movimiento revolucionario internacional (salvo, naturalmente, sus compinches revisionistas) opine acerca de sus disparates y posiciones oportunistas. "El Partido Comunista de Chile, escribe... considera que la aplicación de la vía pacífica o de la no pacífica es un asunto de competencia de los revolucionarios de cada nación". Esto podría dar la impresión de un gesto de independencia ideológica, si no fuera público ya su ciego seguidismo frente a los revisionistas que se han entronizado en el Partido Comunista de la URSS. Sin embargo, si son los "revolucionarios" los que deben opinar sobre este asunto, Corvalán debiera comenzar a cerrar la boca porque, según mostraremos en este artículo, sus puntos de vista no tienen nada que ver con los de ellos.

Pero el secreto de esta posición aislacionista que quiere preservar Corvalán, deriva del hecho de que considera que en Chile, a causa del juego legalista burgués que se practica hace años, es más fácil pasar su contrabando pacifista que en el resto de las naciones latinoamericanas azotadas por sangrientas dictaduras o juntas militares. Refiriéndose a los países de América latina expresa: "Acaso en la mayoría de ellos la revolución se abrirá paso por la vía violenta. Pero en lo que respecta a Chile, insistimos, consideramos factible la vía pacífica". Esto como si los problemas y los enemigos no fueran comunes para todo el Continente. En el fondo, pues, esta voz de Corvalán, que "clama en el desierto", pretende que se pueden echar al saco no sólo todas las enseñanzas históricas de la revolución, sino, también, la experiencia actual y viva de los pueblos que nos rodean. Para él no existe en última instancia sino el "milagro chileno", que piensa sacar a toda costa adelante, para satisfacer a los revisionistas, aunque sea con el "parto de los montes" de presentar un triunfo electoral como la toma del poder. Como expresara Marx: "La debilidad siempre fundó su esperanza de salvación en la fe, en el milagro". Pero veamos mejor cuáles son estos argumentos de la "vía pacifica", tan originales y exclusivos que nos tiene reservados Corvalán y que defiende, con tanto celo, de toda opinión.

Uno de sus argumentos más socorridos en pro de la "vía pacífica" es que en Chile, a través del Frente Popular, se logró elegir presidentes con el apoyo de la izquierda. Pero con este argumento, lo único que logra es poner en evidencia que no tiene la más mínima idea de lo que es una revolución o de lo que significa tomarse el poder. Porque, ¿qué tiene que ver el triunfo de un candidato burgués con apoyo de la izquierda, con la toma del poder la cual, según todos los marxistas, supone la destrucción del aparato estatal burgués y la dictadura del proletariado? Cualquier revolucionario serio interpretará estos jugueteos legalistas que ha tolerado la reacción chilena y que tanto entusiasman al señor Corvalán, simplemente, como expresión del poco temor que esta "izquierda" infunde a los explotadores y como un síntoma de lo distante que nos encontramos de un auténtico movimiento revolucionario. En buen romance, como diría Lenin, todo este legalismo pacifista es señal únicamente de que "El derecho del proletariado a la revolución ha sido vendido por el plato de lentejas de unas organizaciones autorizadas por la ley policíaca vigente". Si Corvalán se detuviera, por lo demás, a analizar un poco lo que lleva corrido desde el año 38 en que se inicia el Frente Popular en Chile, podría llegar a esta misma conclusión. Apenas el Partido Comunista tomó cierto vuelo se puso coto a sus franquicias legales y González Videla, aplicando este mismo sistema legal burgués que tanto venera Corvalán, puso a sus militantes fuera de la ley, los encarceló y envió a campos de concentración, los barrió de sus lugares de trabajo y los privó de la ciudadanía. Esto, no obstante las "resonantes victorias electorales" anteriores de que nos habla el Secretario del Partido Comunista. Pero aclaremos las cosas. Si Ud., señor Corvalán, quiere identificar "la revolución" con esas elecciones de candidatos burgueses, o, simplemente, con "resonantes victorias electorales", no tenemos ningún inconveniente en reconocerle la posibilidad de lograr eso por "vía pacífica". Pero resulta que "esas resonantes victorias" de que Ud. habla no tienen absolutamente nada que ver con una revolución.

Corvalán, así como le echa la culpa de la represión de González Videla "a la existencia de condiciones internacionales desfavorables", ahora argumenta que uno de los factores esenciales que contribuyen a la posibilidad de llegar al poder por "vía pacífica", es el progreso que ha tenido la revolución en el mundo y, particularmente, el desarrollo del campo socialista. En otras palabras, las durísimas luchas armadas que han debido sostener los revolucionarios en todo el planeta para llegar al poder, nos eximen de tener que pelear en igual forma y hacen posible aquí un triunfo "por secretarla". La conclusión no puede ser más incorrecta. Lo único que puede deducirse de los avances revolucionarios y del socialismo es que tendremos más apoyo para una lucha cada vez más encarnizada contra los reaccionarios y el imperialismo. Nunca ha ocurrido que el avance de 8 uno de los polos de una contradicción determine, simplemente, por presencia y sin lucha, el debilitamiento y la destrucción del polo opuesto. Por el contrario, los avances de la revolución producen una resistencia cada vez más desesperada de la contrarrevolución. Esta es una ley del desarrollo revolucionario formulada por el propio Marx cuando afirma que éste se abre paso "engendrando una contrarrevolución cerrada y potente, engendrando un adversario, en la lucha contra el cual el partido subversivo madura, convirtiéndose en un partido verdaderamente revolucionario". Si no le bastan los argumentos teóricos, señor Corvalán, eche un vistazo a las agresiones imperialistas desde que existe el socialismo; estudie el desarrollo del armamentismo en las naciones capitalistas a partir de esa fecha.

Donde llega al colmo la impudicia de nuestro líder revisionista criollo es cuando, haciendo "del vicio una virtud", plantea como argumento de la posibilidad de una "transición pacífica", el que "en la práctica, el movimiento popular chileno, en virtud de condiciones históricas concretas de nuestro país (se refiere probablemente a la vieja influencia de los revisionistas) ha venido desenvolviéndose por la vía pacífica desde hace décadas, desde los tiempos del Frente Popular, desde hace casi veinticinco años". ¡Admirable razonamiento en boca de alguien que se cree revolucionario! Con esta lógica impecable resulta que cuando celebremos en los Salones del Congreso Nacional, con el retrato del señor Corvalán colgado, el primer centenario de la "vía pacífica", este argumento tendrá mucho más fuerza aún, ya que lo que se valoriza en él es simplemente la antigüedad de un fracaso en llegar al poder. Mientras tanto y haciéndonos ánimo para los otros cien años de pacifismo que vendrán después del primer centenario, deberá el pueblo contentarse con las migajas del banquete de los reaccionarios. Con cuánta razón decía Lenin: "El proletariado lucha, la burguesía repta hacia el poder. El proletariado destruye a la autocracia con la lucha; la burguesía se aferra a las limosnas de una autocracia cada vez más débil". Y en otro lugar: "Quien de veras lucha, lucha naturalmente por el todo; pero quien prefiere las componendas a la lucha, se adelanta a decir, naturalmente, con qué "migajas" está dispuesto, si las cosas salen bien, a contentarse (y, en el peor de los casos, se da por satisfecho con no luchar, se aviene para largo tiempo con los dueños y señores del viejo mundo)" (8).

A todas luces, al igual que la burguesía, Ud., señor Corvalán, refiere "reptar" hacia el poder y no luchar por él, ya que se "aviene para largo tiempo con los dueños y señores del viejo mundo", y aun transforma esa deshonrosa coexistencia pacífica con ellos, que el pueblo no acepta, en argumento para justificar un camino que garantiza la imposibilidad de derrotarlos.

A pesar de lo profundamente reaccionaria que es la argumentación de Corvalán, hay momentos en que logra convencer de que realmente cree en forma sincera lo que está diciendo. Por ejemplo cuando, refiriéndose a los 25 años de "vía pacífica" que comentábamos, realiza la siguiente pregunta que constituye un verdadero monumento de ingenuidad: "¿Por qué, dice, si el movimiento popular chileno ha venido marchando por la vía pacífica desde hace años, ahora y no antes menudean las objeciones en algunos círculos de izquierda?". ¿De veras que no es capaz Ud. de comprender, señor Corvalán, la causa de este desengaño frente a una táctica que lleva un cuarto de siglo fracasando? Pues, entonces, la verdad es que Ud. vive como un astronauta girando por el espacio más allá de nuestro planeta. ¿O cree Ud. que nuestro pueblo vive muy bien bajo el capitalismo, como para que siga feliz marcando el paso por su "vía pacífica" hasta el año dos mil?

A todos estos "brillantes" argumentos que hemos examinado de la necesidad de proseguir por un "camino pacífico", se suma en Corvalán su visión no menos idílica del procedimiento que nos permitirá, marchando por esta vía, conquistar el poder. Aunque con algunos cubileteos, en general, Corvalán coincide con la tesis planteada en el Informe Central al X Congreso del P.C. de Chile, en el cual, luego de afirmarse que la reacción "presentará una tenaz resistencia a los cambios revolucionarios" se "resuelve" el problema, con gran soltura de cuerpo, diciendo que: "tampoco hay duda que la clase obrera puede vencer esa resistencia", y el secreto para ello es: "agrupar en torno suyo a la mayoría nacional y arribar al poder por medio del sufragio u otro procedimiento que no sea la guerra civil". ¿Qué sencillo no? ¡Es una lástima que Lenin y otros revolucionarios "no hayan descubierto" esta fórmula y se vieran obligados a recurrir a la lucha armada! Bromas aparte, veamos cuál era la opinión de éste frente a la pretendida solución de lograr "mayorías nacionales" para llegar al poder. "Invocar en los problemas concretos de una revolución, dice, a la mayoría del pueblo no es aún nada decisivo. La simple invocación, es precisamente un ejemplo de ilusiones pequeñoburguesas, es no reconocer que en la revolución hay que vencer a las clases enemigas y derrocar el poder estatal que las defiende y que para ello no basta la "voluntad de la mayoría", sino que se precisa la fuerza de las clases revolucionarias que desean luchar, que son capaces de hacerlo y, que en el momento y lugar decisivos, pueden aplastar la fuerza enemiga" (9). Y agrega luego: "¡Cuántas veces sucedió en las revoluciones que una pequeña fuerza, pero bien armada, organizada y centralizada de las clases dirigentes, de los terratenientes y burguesía, aplastara por partes la fuerza de la "mayoría del pueblo", mal organizada, insuficientemente armada y dividida". La conclusión es bien clara, por lo tanto, señor revisionista: su pretensión de enfrentar "la tenaz resistencia a los cambios revolucionarios" que presentarán las clases dominantes, por medio de "la mayoría nacional", no es más, según Lenin, que un "ejemplo de ilusiones pequeñoburguesas".

¿ES REVOLUCIONARIA LA VIA PACIFICA?
En otro lugar de sus extensos trabajos "teóricos" sobre la "vía pacífica", Corvalán, para hacer más "digerible" su engendro oportunista, intenta presentarlo como un camino "revolucionario", desvirtuando el concepto mismo de revolución. "Otros hablan, dice, indistintamente de vía violenta o vía revolucionaria como si la vía pacífica no fuera también revolucionaria". Y, agrega: "ambas vías son revolucionarias porque se trata de alcanzar, tanto por la vía pacifica como por la vía violenta, transformaciones revolucionarias". Lamentablemente, para el señor Corvalán, uno de esos "otros" que hablan indistintamente de "vía violenta o vía revolucionaria", identificándolas a ambas, es nada menos que el propio Lenin. En numerosas ocasiones éste distinguió entre "socialismo reformista" y "socialismo revolucionario, insurreccional". En el año 1915, por ejemplo, valorizando los escritos de un revolucionario francés, escribe: "Quien, como Golay, ha comprendido la necesidad de la muerte del socialismo reformista y del renacimiento del socialismo revolucionario, insurreccional, es decir, quien comprende y propugna la necesidad de la insurrección y es capaz de prepararse para ella y de prepararla con seriedad, está de hecho mil veces más cerca del marxismo que esos señores que se conocen de memoria los textos". Y, más adelante: "la exigencia de que el socialismo sea insurreccional es una idea muy profunda y totalmente justa, al margen de la cual todas las frases sobre el internacionalismo y el espíritu revolucionario, sobre el marxismo, no son más que tonterías y, lo más frecuentemente, pura hipocresía. Pero esta idea, concluye, la idea de la guerra civil, habría que desarrollarla y hacer de ella (escuche bien señor Corvalán) el punto central de la táctica" (10). En otro escrito, polemizando con los redactores de Rabochaia Misl, les reprocha que quieran alcanzar el socialismo: "por un camino pacífico, excluyendo el camino revolucionario". Ni aun a pretexto de la defensa de revolucionarios presos aceptó Lenin que se deformara este carácter insurreccional, violento, antipacifista de los marxistas. En 1905, aconsejando a sus camaradas presos cómo comportarse con los abogados defensores, les escribe: "Hay que decirles de antemano: si tú, hijo de perra, te permites la menor indecencia o el menor oportunismo político (hablando de falta de madurez o de la falsedad del socialismo, de fanatismo, de la negación de la violencia por los socialdemócratas, del carácter pacífico de sus doctrinas y de su movimiento, etc., o algo por el estilo) yo, el acusado, te quitaré inmediatamente la palabra de la boca delante de todo el mundo, te llamaré granuja, declararé que renuncio a ser defendido por tí, etc." (11).

La trampa de Corvalán, para pasar su "vía pacifica" como revolucionaria, consiste en separar los objetivos revolucionarios de los procedimientos tácticos que conducen a ellos. De este modo, partiendo del supuesto (falso según veremos más adelante) de que ambas vías conducen a "transformaciones revolucionarias", pretende conferirle a su táctica oportunista patente de "revolucionaria". Este nuevo disparate mayúsculo de nuestro revisionista, va no sólo contra las concepciones políticas del marxismo-leninismo, sino contra la propia filosofía del Materialismo Dialéctico. En efecto, para esta filosofía, una de las categorías fundamentales de la historia, aquella en que se basa el conocimiento humano y la capacidad creadora de nuestra especie, es la acción, la práctica. Resultaría bien extraño, por lo mismo, que los marxistas calificaran, como quiere Corvalán, a un movimiento de "revolucionario", atendiendo únicamente a los fines que con él se persiguen, sin tomar en cuenta el tipo de acción, la táctica, con que se marcha a la conquista de dichos fines. Este planteamiento de Corvalán eleva a cualquier demagogo que presente un programa de "profundas transformaciones revolucionarias", a la categoría de revolucionario real, con independencia de lo que plantee hacer o efectivamente haga para lograrlas. Hasta la "Alianza para el Progreso" o la Democracia Cristiana, resultan en este caso "revolucionarias", pues hablan de realizar la "Reforma Agraria" y otros "cambios estructurales". No obstante, es previo a cualquiera transformación realmente profunda el desplazamiento del poder de las clases reaccionarias sustentadas en él por una fuerza armada represiva y esto es inseparable de una táctica capaz de derrotarlas en todos los terrenos y, particularmente, en el militar. Por ello, quien, como Corvalán, se propone unir a las fuerzas revolucionarias sólo en torno a consignas político programáticas, aceptando, al mismo tiempo, métodos ilusorios para llegar al poder; quien como él piensa que la táctica que se adopte no determina el carácter oportunista o revolucionario del movimiento, no es marxista aunque se proclame como tal. "No basta, escribe Lenin a este respecto, agruparse en torno de las consignas políticas: es preciso hacerlo también con respecto a la insurrección armada. Quien está contra ella, quien no se prepare para ella, debe ser arrojado sin piedad de las filas de los partidarios de la revolución, debe ser arrojado al campo de sus adversarios, de los traidores o de los cobardes" (12).

Es tan clara esta identificación que realiza Lenin del concepto de revolución con el de lucha armada en lo que toca a la táctica, que, incluso, le resulta inconcebible la existencia de alguien que piense lo contrario. En Octubre de 1916, por ejemplo, refutando a quienes habían excluido el armamento del pueblo de los programas de los partidos revolucionarios, luego de argumentar en contra, pregunta: ¿O acaso los partidarios del desarme defienden una nueva forma de revolución no armada?" (13).

Estos planteamientos de Lenin en que presenta la lucha armada como camino inevitable al poder, no son, además, circunstanciales como pretende Corvalán, cuando afirma: "Las cosas eran así en su tiempo y ellos tenían razón". Por el contrario, en este caso, si que se trata de una tesis programática del comunismo, es decir, de aquellas cuyo abandono implica pasarse al lado de los renegados del marxismo, de los revisionistas de esta teoría, que intentan minar sus enseñanzas fundamentales haciéndose pasar, al mismo tiempo, por marxista-leninistas. En efecto, cuando Lenin defendió esta tesis de Marx y Engels, no lo hizo sólo para su país o su época, sino como un modelo universal de revolución tanto para la etapa democrática como socialista. Más aún, lo planteó como camino ineludible para cualquiera clase explotada, sea de esclavos, siervos o proletarios, que quiera sacudirse el yugo de esa explotación. "Una clase oprimida que no aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, escribe Lenin, esa clase oprimida merecería que se la tratara como a los esclavos. Nosotros, si no queremos convertirnos en pacifistas burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases. En toda sociedad de clases, agrega —ya se funde en la esclavitud, en la servidumbre, o, como ahora, en el trabajo asalariado— la clase opresora está armada". Y, agrega más adelante: "Nuestra consigna debe ser: armar al proletariado para vencer, expropiar y desarmar a la burguesía. Esta, concluye, es la única táctica posible para la clase revolucionaria, táctica que se desprende de todo el desarrollo objetivo del militarismo capitalista" (14).

En consonancia, precisamente, con esas ideas, de la necesidad universal de la lucha armada para terminar con cualquier sistema de explotación, Lenin presenta el modelo insurreccional de la Revolución Rusa, como plenamente válido para las futuras revoluciones. Jruschov y Corvalán, en cambio, que se permiten acusar de antisoviéticos a todos los que no comulgan con sus conceptos oportunistas, quieren reducir la enseñanza insurreccional de la Revolución de Octubre, a un hecho meramente local y circunstancial. En eso consiste, en realidad, el verdadero antisovietismo: en ponerse de espaldas al camino revolucionario señalado por el proletariado ruso. Refiriéndose a las revoluciones que habrían de venir con posterioridad a la rusa, Lenin escribe: "Esa revolución futura demostrará en mayor medida aún, por una parte, que sólo los más duros combates, las guerras civiles, precisamente, pueden librar al género humano del yugo del capital" (15).

LO ESENCIAL Y LO ACCESORIO
Nuestro "líder" revisionista, en sus reiterados intentos de malinterpretar a Lenin en contra de las convicciones fundamentales de éste, utiliza una cita aislada para vender su "vía pacífica". Es así como coloca de prólogo a un folleto en que se recopilan sus artículos sobre la "vía pacífica", un párrafo de Lenin en que éste afirma: "el marxismo... no vincula el movimiento a ninguna forma de lucha específica y determinada", y que "reconoce las más diversas formas de lucha, pero sin 'inventarlas', sino simplemente generalizando, organizando e infundiendo conciencia en aquellas formas de lucha de las clases revolucionarias que por sí mismas surgen del movimiento". De esta recomendación de Lenin, quiere deducir que, como hemos marchado 25 años por la "vía pacífica", ésta es la forma "históricamente" normal del movimiento revolucionario chileno y que debemos, por consiguiente, dedicarnos de preferencia a desarrollar esa táctica. Ante todo, para demostrar la impudicia con que nuestros oportunistas manejan a Lenin, es justo destacar el tema del artículo del que podó la cita, tema que Corvalán oculta celosamente. Se trata de un escrito titulado "La Guerra de Guerrillas", y en él, Lenin, vapuleando justamente a los "corvalanes" rusos, que querían condonar ciertos brotes guerrilleros, argumentando que no se trataba de lucha de masas, sino de "putchismo", "izquierdismo", "aventurerismo", etc., les señala que la posición correcta de un revolucionario no es la de condenar estas manifestaciones insurreccionales sino, por el contrario, aprovecharlas, organizarlas y encauzarlas hacia formas más amplias y masivas. "Nuestras quejas acerca de la lucha guerrillera, escribe en una parte de ese artículo, que por cierto no cita Corvalán, son, en realidad, quejas acerca de la debilidad de nuestro partido, en lo tocante a la insurrección". Cuando Lenin, por consiguiente, en el párrafo mal empleado por Córvalán, expresa la necesidad de acoger y sistematizar las diversas formas de lucha que surjan en cada momento histórico, está refiriéndose concretamente y pensando en la valorización de diversas tácticas que conducen a la insurrección general y no en su substitución por métodos reformistas. El que recomiende variados procedimientos de lucha, acordes con las circunstancias históricas, no significa, de ninguna manera, que con ello renuncie a su pensamiento básico de que éstos deban confluir hacia la lucha armada por el poder, tesis que plantea a través de toda su obra. Por lo demás, como previendo estas posibles tergiversaciones de "los desconocidos de siempre", en ese mismo artículo que comentamos, aclara: "La socialdemocracia emplea diferentes medios en las diferentes épocas", pero, agrega: "supeditando siempre su empleo a condiciones ideológicas y de organizaciones rigurosamente determinadas". Esas condiciones ideológicas y orgánicas, que supeditan "siempre" la táctica, por variada que ella sea, constituyen, precisamente, el meollo del marxismo-leninismo, es decir, aquello que los oportunistas se empeñan en "revisar", alterar y falsificar, mediante citas truncas y otros procedimientos. En función, justamente, de esas premisas básicas del marxismo-leninismo, es fácil demostrar que Corvalán o cualquier otro oportunista, no podrán jamás conciliar sus métodos pacifistas de acción política con dicha teoría científica y revolucionaria.

En efecto, por muy variadas que sean las formas de lucha que el marxismo acoja de acuerdo a las circunstancias históricas, todas ellas deben ser aptas para conducir a un mismo fin irrenunciable: la destrucción del aparato burgués y la implantación de la dictadura del proletariado. "El pensamiento de Marx, escribe Lenin, consiste en que la clase obrera debe destruir, romper la "máquina estatal" existente y no limitarse simplemente a apoderarse de ella", y agrega luego: en esas palabras "se encierra, concisamente expresada, la enseñanza fundamental del marxismo en lo que toca a la cuestión de las tareas del proletariado en la revolución respecto al Estado" (16). Aquí tenemos, pues, un aspecto esencial del marxismo, una auténtica formulación programática, a la luz de la cual podemos apreciar certeramente si la "táctica" de la "vía pacífica" cabe dentro de los conceptos marxista-leninistas. Ahora bien, ¿en que consiste para Lenin y los marxistas ese aparato estatal burgués que hay que destruir? Ya lo hemos dicho anteriormente: en "una organización especial de la fuerza", en "una organización de la violencia para la represión de una clase cualquiera". No obstante, para forjar los medios adecuados es preciso conocer la naturaleza de esa fuerza. Lenin responde también a esta cuestión: "la fuerza en el Siglo XX, dice, como en general en la época de la civilización, no es el puño ni el palo, sino el ejército". La conclusión final a que se llega es fácil de prever: hay que "armar al proletariado para vencer, expropiar y dejar inerme a la burguesía". La "vía pacífica", por lo tanto, que por definición excluye, al eludir la lucha armada, esa etapa final de destrucción del aparato estatal armado de la burguesía, es absolutamente ineficaz para cumplir con "esta enseñanza fundamental del marxismo". Corvalán, por otra parte, no ha pensado jamás en esa destrucción del estado burgués, ni en la dictadura del proletariado, sino en llegar al poder "a través de un proceso electoral", para utilizar "el régimen presidencial en favor de importantes cambios de todo orden", y esto, "dentro del libre juego de todos los partidos y corrientes". En estas afirmaciones se encierran tres errores de principio contra el marxismo, a saber: el plantear la posibilidad de tomarse el poder mediante una elección; el pensar que se puede "utilizar" el aparato estatal burgués sin destruirlo y, por último, el renunciar a la dictadura del proletariado para admitir el "libre juego de todos los partidos y corrientes". Veamos la opinión de Lenin con respecto a estos tres puntos. Sobre las elecciones dice: "Los demócratas pequeñoburgueses, por e1 estilo de nuestros socialrrevolucionarios y mencheviques y sus hermanos carnales, todos los socialchovinistas y oportunistas de la Europa Occidental, esperan, en efecto, "más" del sufragio universal. Comparten ellos mismos e inculcan al pueblo la falsa idea de que el sufragio universal es, "en el Estado actual", un medio capaz de expresar realmente la voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad práctica" (17). En lo tocante al propósito de "utilizar" el aparato estatal burgués, Lenin expresa: "la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del Poder estatal, que ha sido creado por la clase dominante..." . Y, en otra parte, agrega: "sea que Kautsky renuncie en absoluto a que el Poder político pase a manos de la clase obrera, sea que admita que la clase obrera se adueñe de la vieja máquina estatal, de la máquina burguesa, pero de ningún modo consiente que la rompa y la destruya, substituyéndola por una nueva, por la máquina proletaria. Que se "interprete" o "explique" de uno u otro modo el razonamiento de Kautsky, en ambos casos resulta evidente su ruptura con el marxismo y su paso al lado de la burguesía" (18). Finalmente, en lo que concierne a la dictadura del proletariado en el socialismo consigna: "La doctrina de la lucha de clases, aplicada por Marx a la cuestión del Estado y de la revolución socialista, conduce necesariamente al reconocimiento de la dominación política del proletariado, de su dictadura, es decir, da un Poder no compartido con nadie y apoyado directamente en la fuerza armada de las masas" (19). Y por si nuestros oportunistas dicen que esto lo planteó Lenin únicamente respecto a la revolución socialista, veamos su opinión referente a la revolución democrático-burguesa: "Esta victoria será, precisamente, una dictadura: es decir, deberá apoyarse inevitablemente en la fuerza de las armas y no en estas o en las otras instituciones creadas "por la vía legal", "por la vía pacífica". Sólo puede ser una dictadura, aclara, porque la implantación de los cambios inmediata y absolutamente necesarios para el proletariado y los campesinos provocará una resistencia desesperada por parte de los terratenientes, de la burguesía y del zarismo (del imperialismo, además, en el caso de Chile). Sin dictadura será imposible aplastar esta resistencia, rechazar los intentos contrarrevolucionarios. Pero no será, naturalmente, agrega, una dictadura socialista, sino una dictadura democrática. Esta dictadura no podrá tocar (sin pasar por toda una serie de grados intermedios de desarrollo revolucionario) las bases del capitalismo" (20).

Queda en claro, por lo tanto, que al pretender Corvalán, amparándose en la recomendación de Lenin de aplicar diversas formas de lucha que se inspiren en condiciones históricas concretas, pasar de contrabando su "vía pacífica", se incapacita para plantear objetivos verdaderamente revolucionarios, tales como la destrucción del aparato estatal burgués a través de la lucha armada y la implantación de la dictadura del proletariado. Para darle vigencia a su "camino pacífico" se ve obligado, pues, a renunciar a principios irrenunciables del marxismo-leninismo.

Con lo anterior queda demostrado de paso la relación ineludible que existe en el marxismo entre medios de lucha o procedimientos tácticos y fines revolucionarios. Sí los métodos de lucha no son revolucionarios, los objetivos que se persigue con ellos o a los que se llega, tampoco pueden serlo. Esto ocurre, precisamente, porque el oportunismo "no extiende el reconocimiento de la lucha de clases precisamente a lo más fundamental, al período de derrocamiento de la burguesía y de completa destrucción de ésta". Corvalán, por consiguiente, a la postre sólo prueba una cosa: que él pertenece a los que Lenin calificara como esos: "demócratas pequeñoburgueses, esos seudosocialistas que han substituido la lucha de clases por sueños sobre la reconciliación de clases y se han imaginado también la transformación socialista de un modo soñador, no como el derrocamiento de la dominación de la clase explotadora, sino como la sumisión pacífica de la minoría a la mayoría, que habrá adquirido conciencia de su misión", lo que ha conducido "en la práctica a la traición de los intereses de las clases trabajadoras" (21).

EL CAMINO DE LA CONCILIACIÓN
Pero, los embrollos a que conduce la argumentación de nuestro revisionista chileno, no terminan aquí. No contento con atribuirse "objetivos revolucionarios", aunque sólo pretenda ganar una elección y "utilizar" el estado burgués en concomitancia "con todos los partidos y tendencias"; no satisfecho con maquillar de "revolucionaria" su táctica retrógrada, pretende que como preparación para la "transición pacifica" o la lucha armada por el poder, sirven los mismos procedimientos de lucha de clases y la misma capacitación de las masas. "Sea cual fuere el camino definitivo de la revolución chilena, escribe, —ya sea el de la vía pacífica o el de la violencia— lo fundamental es comprender que las tareas esenciales del presente son las mismas en ambos casos: impulsar y ponerse al frente de la lucha de masas, robustecer la unidad y los combates de la clase obrera", etc. Sin embargo, esto no es más que otra falsedad. La contradicción entre la vía reformista o pacífica y la vía revolucionaria es tan profunda que el carácter mismo de la lucha de masas, previa a la toma del poder, y de la actitud de sus dirigentes frente a ella, cambian fundamentalmente, en uno u otro caso. "La historia mundial, dice Lenin, nos muestra una transformación no casual, sino inevitable, de la lucha de clases en una guerra civil" (22). Por ello, quien como los revisionistas en Chile, pretenda impulsar una táctica que "excluye la guerra civil o la insurrección" y que sólo se propone apelar a ella en el caso extremo de que los reaccionarios inicien una masacre general, está obligado a frenar el normal desarrollo de la lucha de clases, a ponerle tope, a transformarse en conciliador, para impedir su transformación "inevitable" en guerra civil. Esta es, justamente, la actividad que ha desarrollado la actual dirección revisionista del Partido Comunista de Chile y que tanto malestar ha producido entre sus militantes con espíritu revolucionario, aun antes de comprender a fondo los motivos "ideológicos" y la inspiración internacional de esta conducta. En determinados momentos, por ejemplo, la lucha de clase ha subido de tono en Chile y ha desembocado en huelgas de carácter general. Pero, como lo señalara Lenin, la huelga general política "es la antesala de la insurrección armada" y sucede que los revisionistas han renunciado a la insurrección y a su preparación. No les queda otro camino, por consiguiente, una vez que se ha llegado a este nivel de la lucha, que echar marcha atrás e impedir su normal desarrollo que conduce hacia un combate violento por el poder y ordenar un repliegue sobre la base de mínimas conquistas. Por su parte, los reaccionarios, conocedores de las debilidades de la táctica que preconizan los oportunistas, en caso de paro general, esperan simplemente que los trabajadores comiencen a sufrir todos los problemas que trae aparejados una lucha de esta especie y confían en la activa labor de los revisionistas para impedir cualquier paso a una lucha superior. Conceden, finalmente, algunas menguadas reivindicaciones (las que luego anularán a través de su control del poder con cualquier procedimiento: alzas, impuestos, etc.) que sirvan de "tabla de salvación" a los dirigentes pacifistas para darse por satisfechos "a nombre de los trabajadores" y concluir esa batalla. Esta es, sin duda, la causa de que la Central Única de Trabajadores, luego de haber dado grandes combates huelguísticos, en lugar de resultar fortalecida se debilitara y desorganizara en un grado considerable. De nada valen, para evitar esta desmoralización de las masas, los empeños de la prensa revisionista destinados a presentarlos como un triunfo y a embellecer los mendrugos logrados de los explotadores a costa de enormes sacrificios. "El proletariado lucha y seguirá luchando, escribe Lenin, por aniquilar el viejo poder. Y hacia ese objetivo tenderá toda su labor de propaganda, de organización y movilización de las masas. Si no logra aniquilar totalmente el viejo poder, agrega, el proletariado sabrá aprovechar también su destrucción parcial. Lo que no hará nunca (justamente lo que nuestros revisionistas hacen a cada paso) será propugnar esa destrucción parcial, embellecerla, llamar al pueblo a apoyarla. En la lucha real, concluye, sólo se apoya efectivamente a aquel que aspira a más (y que en caso de fracaso alcanza menos) y no a aquel que, ya antes de que comience la lucha, amputa de un modo oportunista sus tareas" (23). Es obvio que la "vía pacifica" consiste, al renunciar a la insurrección, a la guerra civil, por definición en este tipo de oportunismo que condena Lenin, el de aquellos que amputan sus tareas aun antes de iniciar la lucha.

La creencia, por consiguiente, de Corvalán, de que basta practicar la lucha de clases corriente porque "sea cual fuere el camino definitivo de la revolución chilena", esa etapa resulta previa, es falsa. Por el contrario, es previo establecer claramente el objetivo que se persigue, pues este objetivo determinará de un modo decisivo las características y el alcance que se le imprima a dicha lucha de clases. De nada valen, por lo tanto, las acciones que atribuye al Partido para dar la impresión de que se está trabajando por "la revolución". "La doctrina de la lucha de clases, señala Lenin, no fue creada por Marx, sino por la burguesía, antes de Marx, y es, en términos generales, aceptable para la burguesía. Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede aún mantenerse dentro del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa". Y luego: "Marxista sólo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dicta dura del proletariado. En esto es en lo que estriba la diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués adocenado" (24). Pues bien, como veíamos antes, con el logro de la dictadura del proletariado, no cuaja el concepto de Corvalán de una lucha de clases, constreñida a los marcos de la "vía pacífica".

¿HEGEMONÍA BURGUESA O PROLETARIA?
Sin este combate por la destrucción del aparato estatal burgués, por la dictadura del proletariado, no existe una verdadera hegemonía del proletariado, aunque los oportunistas se llenen la boca proclamando que propician esta dirección proletaria. El problema de la dirección proletaria en la revolución no se de fine únicamente por la defensa de ciertos intereses secundarios específicos de los obreros, sino ante todo por el propósito de crear otro tipo de poder y de lograr la dictadura del proletariado. Reprochando un error semejante al periódico Raopchaia Misl, Lenin escribe: "confunde oposición legal con lucha contra la autocracia y lucha por el derrocamiento de la autocracia. Incurre en esta confusión, imperdonable para un socialista, debido al uso que hace, sin aclaración alguna, de la expresión "lucha contra la autocracia"; esta expresión puede significar (con reservas) tanto la lucha contra la autocracia, como también la lucha, dentro del mismo régimen autocrático, contra ciertas medidas tomadas por la autocracia". Más adelante pregunta: "¿Realizaban ellos una lucha contra la autocracia, una lucha por el derrocamiento de la autocracia? No, ellos nunca realizaron ni realizan una lucha de ese tipo". Y luego señala algo plenamente válido para las acciones al estilo Corvalán: "expresan su descontento con respecto a la autocracia bajo las formas permitidas por la propia autocracia, es decir, bajo una forma que la autocracia reconoce que no es peligrosa para ella" (25).

No obstante, insistimos, con este tipo de combates dentro de las "reglas del juego" determinadas por las clases dominantes, jamás puede operar una auténtica dirección proletaria del movimiento. En efecto, ¿cómo puede hablarse de dirección proletaria respecto a batallas que ocurren básicamente en el terreno y en las condiciones impuestos por la burguesía y la oligarquía para mantener a raya al proletariado? Sin embargo, el triste papel de los revisionistas, para cumplir con su obsesión central de impedir la guerra civil, consiste permanentemente en pastorear las acciones de las masas al terreno aceptable para los reaccionarios, de manera de no asustarlos, obligándolos a apelar a las armas. Por eso es que se observa en Chile que, no bien algunos núcleos de masas se "salen de madre" y se hacen justicia por sí mismos, por ejemplo apoderándose de la tierra que el régimen imperante les niega, nuestros oportunistas se rompen enteros para conseguir que aquello que llaman con pavor "acción directa", se transforme en un vulgar tramiteo (para el cual tienen especial vocación) en las oficinas ministeriales. Se trata, por consiguiente, de ahogar desde su nacimiento toda forma preinsurreccional de lucha, para luego argumentar con el mayor cinismo que el pueblo es "espontáneamente" pacifista y que, de acuerdo a las "tradiciones" nacionales, lo más indicado aquí es seguir la "vía pacífica". Esta misma práctica conciliatoria sirve, además, para argumentar que en Chile no están dadas "las condiciones objetivas" para un tipo de combate más resuelto. No obstante, mientras prime la influencia de los revisionistas, aunque las condiciones objetivas "se pudran" de maduras, no podrá desarrollarse una verdadera acción revolucionaria. "Serla erróneo, plantea Lenin, creer que las clases revolucionarias siempre poseen fuerza suficiente para realizar la revolución cuando ésta ha madurado por completo, en razón de las condiciones objetivas del desarrollo económico-social". "La revolución puede haber madurado, escribe luego, y los creadores revolucionarios de esta revolución pueden carecer de fuerza suficiente para realizarla; entonces la sociedad entra en descomposición, y esta descomposición se prolonga, a veces, por decenios" (26). ¡Con cuánta mayor razón no ocurrirá esto tratándose, no ya de revolucionarios sino de oportunistas, dedicados a impedir que maduren las condiciones subjetivas!

Esta labor apaciguadora la realizan los revisionistas, a menudo, a nombre de la "seriedad" del movimiento revolucionario, en virtud de la cual condenan a cualquiera que impulse luchas más resueltas. Para ellos, todo el que combata más allá de los marcos legales es: "provocador", "aventurero", "izquierdista", etc. Hablan de la necesidad de "reunir una gran superioridad de fuerzas" antes de cualquiera batalla importante, como si las fuerzas revolucionarias pudieran formarse políticamente y agruparse al margen de la acción. No estimulan ninguna virtud verdaderamente revolucionaria en sus militantes, ni en las masas, como la audacia, el valor, la combatividad, sino exclusivamente "virtudes" pusilánimes, como las planteadas por Orlando Millas en uno de sus informes: "trabajo minucioso", "perseverante", "paciente", etc. Lenin, en contraposición con este espíritu senil de los oportunistas, destacó que Marx "acogió con entusiasmo la iniciativa revolucionaria de las masas que "tomaban el cielo por asalto", y, junto con ello, la necesidad de que el pueblo se templara combatiendo. "En esta situación, dice refiriéndose a un alzamiento del pueblo francés que había de fracasar, como en muchas otras, la derrota de la acción revolucionaria representaba, desde el punto de vista del materialismo dialéctico que sustentaba Marx, un mal menor en la marcha general y en el desenlace de la lucha proletaria, en comparación con lo que hubiera representado el abandono de las posiciones ya conquistadas, es decir, la capitulación sin lucha". (27). Y en otra parte Lenin anota: "Marx sabía apreciar el hecho de que hay momentos en la historia en que la lucha desesperada de las masas, inclusive por una causa sin perspectiva, es indispensable para los fines de la educación ulterior de estas masas y de su preparación para la lucha siguiente". Y como adelantándose al espanto que una afirmación de esta especie provocaría en los conciliadores, agrega: "A nuestros cuasimarxistas actuales, a los que gustan citar a Marx al tuntún, con el fin solamente de utilizar su apreciación del pasado y no aprender de él a crear el futuro, les es completamente incomprensible, incluso ajena en principio, semejante manera de plantear el problema" (28).

Es así como para los auténticos revolucionarios, incluso los fracasos en la lucha, los mismos que aprovechan los oportunistas para asustar a la gente y condenar todo gesto audaz de rebeldía, son auspiciosos de combates más profundos, son enseñanzas ineludibles para las batallas decisivas que deberá emprender el pueblo revolucionario por el poder. "Nosotros, dice Lenin, los socialdemócratas revolucionarios, vemos en los fallidos levantamientos el comienzo de la insurrección de las masas, comienzo poco feliz, inoportuno, desacertado; pero nosotros sabemos que la masa aprende a llevar a cabo con éxito la insurrección únicamente a través de experiencias fallidas" (29).

PREPARACIÓN INSURRECCIONAL
La verdadera política aventurera es, pues, la de Corvalán y sus seguidores, que plantean (aunque no piensen en el fondo hacerlo) que pondrán en marcha la insurrección, sin ninguna preparación previa, ni teórica ni práctica, cuando los reaccionarios los obliguen a ello. "Esto (la preparación para la insurrección), escribe, conduciría en la práctica a tener una doble línea, a marchar simultáneamente por dos caminos, con la consiguiente dispersión de fuerzas, y podría exponer (el cuco de siempre) al movimiento popular, o a una parte de él, a la aventura, a la provocación putchista, a una línea izquierdista y sectaria". ¿Qué opinaba Lenin, en cambio, al respecto? Doce años antes de la insurrección que había de demoler al Estado burgués, escribe: hay que "comenzar en seguida a aprender en la práctica: no temáis estos ataques de prueba". Y añade: "Pueden, naturalmente, degenerar en extremismo, pero esta es una desgracia del día de mañana: hoy la desgracia está en nuestra rutina, en nuestro doctrinarismo, en la inmovilidad propia del intelectualismo, en el temor senil a toda iniciativa. Que cada destacamento nuestro realice su aprendizaje aunque más no sea zurrando a los guardias municipales: decenas de bajas nuestras serán recompensadas con creces, porque darán centenares de combatientes expertos, que mañana conducirán tras de sí a cientos de miles'' (30). ¿No nota, señor Corvalán, algunas diferencias entre sus puntos de vista y los de Lenin? ¿No sucederá con estos "marxistas" a la violeta que han aparecido en Chile, lo que Marx decía de algunos oportunistas que se presentaban como discípulos suyos: "sembré dragones y coseché pulgas"?

Pero en la frasecilla de Corvalán, con que se dispensa de preparar la insurrección, hay, aparte de sus tradicionales temores al "aventurerismo", "putchismo", etc., otra afirmación que pone en claro por centésima vez su absoluta ignorancia (para ser generosos) del marxismo. Dice que esta preparación conduciría a "una doble línea", a "marchar simultáneamente por dos caminos". Resulta, sin embargo, que el materialismo dialéctico en que se inspira el marxismo, ha considerado siempre la realidad como contradictoria, deduciendo de aquí la necesidad de marchar, en todos los terrenos de la acción política (o en cualquiera otra actividad) con "los dos pies". Por eso los marxista-leninistas llamaron permanentemente a ligar: la lucha ilegal con la acción legal, la crítica con la autocrítica, la intransigencia en los principios con los compromisos respecto a problemas secundarios, etc. Y ahora sucede que este "marxista creador" criollo nos presenta una recomendación fundamental del marxismo para orientarse en la acción, como si fuera inaceptable.

A la anterior razón de principio para marchar "con los dos pies", se agrega, además, la consideración —que el propio Corvalán admitiera al firmar la Declaración de Moscú— de que el rumbo que tome el movimiento revolucionario (pacifico o violento) no depende sólo de los propósitos de las fuerzas populares, sino, también, de las decisiones de los reaccionarios. La falta de preparación, por consiguiente, frente a fuerzas que están profesionalmente preparadas para combatir militarmente, ni siquiera se justifica dentro de la absurda fe de Corvalán en la posibilidad de un camino pacifico. Aunque se nos tilde de majaderos, le haremos saber una vez más la opinión de Lenin a este respecto: "En política se puede aun menos saber de antemano qué método de lucha será aplicable y ventajoso para nosotros en tales o cuales circunstancias futuras. Sin dominar todos los medios de lucha, podemos correr el riesgo de sufrir una enorme derrota, a veces decisiva, si cambios independientes de nuestra voluntad en la situación de las otras clases ponen a la orden del día una forma de acción en la cual somos particularmente débiles. Si poseemos, agrega, todos los medios de lucha, nuestro triunfo será seguro, puesto que representamos los intereses de la clase verdaderamente avanzada, realmente revolucionaria, aún en el caso de que las circunstancias nos permitan no hacer uso del arma más peligrosa para el enemigo, del arma susceptible de asestar con la mayor rapidez golpes mortales" (31). El plantear, pues, como "preparación" para la lucha violenta la necesidad — bien poco real por lo demás dada la dirección revisionista del P.C.— de "contar con un Partido Comunista suficientemente capaz para apreciar los cambios en la situación que obliguen a cambiar de táctica"; una preparación "ideológica" para ello o la mantención de ciertas formas orgánicas defensivas de ilegalidad, no es más que una treta demagógica de los dirigentes del P.C. para calmar los reclamos de sus militantes.

En primer lugar, ya lo hemos visto hasta la saciedad, de acuerdo al marxismoleninismo, la necesidad de la lucha armada es indispensable para tomarse el poder y no basta, por consiguiente, según esa misma teoría, esperar que los reaccionarios impongan ese camino; en segundo lugar, el creer (como creyó el P.C. de Prestes en Brasil) que basta una preparación lírica para la lucha y que será suficiente una voz de orden de la dirección para cambiar de táctica de la noche a la mañana ante la amenaza de un golpe fascista, no son más que burdos engaños propiciados por los revisionistas". "En veinticuatro horas, escribe Lenin, se puede modificar la táctica de la agitación de algún problema particular, se puede modificar la táctica en la ejecución de los detalles de la organización partidaria, pero cambiar, no digamos en veinticuatro horas, sino, incluso, en veinticuatro meses, el punto de vista que se tenga sobre el problema de la necesidad en general, siempre y absolutamente, de la organización de combate y de la agitación política entre las masas, es cosa que sólo pueden hacerlo personas sin principios. Es ridículo, agrega, hablar de que la situación ha cambiado y de que estamos en otro periodo: ninguna situación, por "gris y pacífica" que sea, como tampoco ningún periodo de "decaimiento del espíritu revolucionario" excluye la obligatoriedad de trabajar por la creación de una organización de combate, ni de llevar a cabo la agitación política; es más: precisamente en tales circunstancias y en tales períodos es especialmente necesario el trabajo indicado, porque en los momentos de explosiones y estallidos ya es tarde para crear una organización; la organización tiene que estar lista para poder desarrollar inmediatamente su actividad. ¡Cambiar la táctica en 24 horas!, agrega, pero si para cambiar de táctica hay que empezar por tener una táctica" (32).

Enfrentado al pensamiento de Lenin, Ud. queda al desnudo, señor Corvalán, como un "aventurero" y una persona "sin principios" al pretender que se puede cambiar de táctica de un día para otro. Pero, nosotros no le adjudicaremos estos calificativos tan duros; la verdad es que Ud. no piensa cambiar de táctica de "la noche a la mañana", sencillamente porque no ha pensado jamás en abandonar su vía pacifica. Los reaccionarios chilenos al suponerle otras intenciones ocultas son injustos y calumniadores con Ud. y desconocen sus íntimos propósitos (o al menos aparentan desconocerlos). Sus declaraciones, no obstante lo generales y evasivas que son, acerca de la lucha armada, las hace de los dientes para afuera. En el fondo le viene como anillo al dedo lo que se dijera de Kautsky: "Todos los subterfugios, los sofismas, las viles falsificaciones le hacen falta... para rehuir la revolución violenta, para ocultar que reniega de ella, que se pasa al lado de la política obrera liberal, es decir, al lado de la burguesía". Por ello es que, mientras Lenin sostiene que "la insurrección y su preparación debe ser considerada por nosotros con la máxima seriedad" pues "un partido político que está empeñado en la lucha tiene la obligación de resolver esta cuestión de manera precisa, sin rodeos, sin excusas, sin reticencias de ninguna naturaleza" (33). Usted expresa que está lejos de su pensamiento "vaticinar los caminos concretos del futuro" y que "lo único que puede hacerse, a nuestro juicio... es dar una palabra general acerca de la vía más probable, pacífica o violenta"

CITAS DE LENIN INCLUIDAS EN EL ARTICULO
(1) "Dos Tácticas de la Socialdemocracia".
(2) "La Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky".
(3) "El Estado y la Revolución".
(4) "Una nueva matanza".
(5) "Dos tácticas de la Socialdemocracia".
(6) "El Estado y la Revolución".
(7) "Ejército Revolucionario y Gobierno Revolucionario".
(8) "La lucha por el Poder y la "lucha" por limosnas".
(9) "Del Diario de un Publicista".
(10) "La voz honrada de un socialista francés".
(11) "Carta a los camaradas que se hallan en la cárcel".
(12) "Enseñanzas de la Insurrección de Moscú".
(13) "Acerca de la consigna del "desarme".
(14) «El Programa Militar de la Revolución Proletaria".
(15) "Informe sobre la Revolución de 1905".
(16) "El Estado y la Revolución".
(17) "El Estado y la Revolución".
(18) "El Estado y la Revolución".
(19) "El Estado y la Revolución".
(20) "Dos Tácticas de la Soclaldemocracia".
(21) "El Estado y la Revolución".
(22) "Los árboles les impiden ver el bosque".
(23) "La lucha por el Poder y la "lucha" por limosnas".
(24) "El Estado y la Revolución".
(25) "Una Tendencia Regresiva".
(26) "La última palabra de la táctica "Iscrista".
(27) "Carlos Marx".
(28) "Prefacio a las cartas de Marx a Kugelmann".
(29) "Plataforma de los Reformistas".
(30) "Al Comité Militar anexo al Comité de Petesburgo".
(31) "La enfermedad infantil del "izquierdismo".
(32) "¿Por dónde empezar?".
(33) "La Revolución Rusa y las tareas del Proletariado".

NOTA: El subrayado de palabras en las citas corresponde al propio Lenin. Las citas de Corvalán pertenecen al folleto en que se recopilan sus artículos sobre la "vía pacífica", titulado: "Nuestra vía revolucionaria".

"El oportunismo franco está abierta y directamente contra la revolución y los movimientos y explosiones revolucionarios incipientes, y se alía de manera directa con los gobiernos, cualesquiera sean las formas de esa alianza: desde la participación en un ministerio hasta la participación en los comités de industria bélica. Los oportunistas encubiertos, los kautskianos, son mucho más perjudiciales y peligrosos para el movimiento obrero, porque ocultan la defensa de su alianza con los primeros por medio de bonitas frases, también "marxistas", y consignas pacifistas. La lucha contra ambas formas dominantes del oportunismo debe llevarse a cabo en todos los sectores de la política proletaria: parlamento, sindicatos, huelgas, asuntos militares, etc." (Lenin, "Dos Tácticas de la Socialdemocracia").

"El argumento de que Marx admitió, en los años sesenta, la posibilidad de una transición pacífica al socialismo en Inglaterra y los Estados Unidos , es el 21 argumento de un sofista, o, para ponerlo en claro, de un estafador que juega con citas y referencias. Primero, esta posibilidad la consideraba Marx como una excepción, incluso entonces. Segundo, el capitalismo monopolista, es decir, el imperialismo, todavía no existía. Tercero, en Inglaterra y los Estados Unidos no existía entonces —ahora existe— un militarismo que sirviera de aparato principal de la máquina burguesa". (Lenin, "La Revolución Proletaria y el Renegado Kautski").























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