CHILE: UN PAÍS TRISTE Y CAPITALISTA
(LA FELICIDAD DE UN PUEBLO SE VE EN LA SONRISA DE LOS NIÑOS)
¿Somos los seres humanos animales felices?
Ese es el objetivo, al parecer, de los estudios que da a conocer la ONU, Índice Global de Felicidad, que mide el grado de felicidad en 157 países.
Resulta difícil, poco creíble, entender tanta felicidad alrededor del mundo en circunstancias que los estudios sobre cambio y emergencia climática nos dicen que estamos en un momento de autodestrucción acelerada donde el capitalismo imperialista-extractivista tiene gran parte de la responsabilidad.
La proliferación de las guerras injustas (invasiones militares y guerra económicas), las muertes de millones como consecuencia del hambre o de enfermedades curables, el tráfico de personas, la explotación animal, el armamentismo, la destrucción del medio ambiente, el analfabetismo, y todo cuanto se deriva de este mundo en caos y desorden nos dice que hay una humanidad entristecida y animales no humanos sintientes que también pueden padecer profundos sentimientos de angustia como se pudieron ver en las fotografías del incendio en el Amazonas, en Madagascar y en Australia. Con tanta muerte y destrucción, para el proletariado internacional, resulta difícil dibujar una sonrisa y mostrar los dientes. Este sentimiento humano, ancestral, está solamente reservado para aquella minoría humana selecta que alrededor del mundo concentra todas las riquezas o para aquellas naciones, que gozan del Estado de Bienestar, que como Finlandia que ocupa el primer lugar (2018, Índice Global de Felicidad) junto a Noruega, Dinamarca, Islandia y Suiza. Cabe señalar que esos Estados de Bienestar, ese mundo desarrollado sólo es posible su existencia sobre la base de la existencia de una mayoría de países neocolonizados y colonizados a los cuales se les mantiene en los marcos del “capitalismo salvaje”, la depredación del medio ambiente, saqueo de sus riquezas, cobro y pago de la Deuda Externa y Deuda Climática, y la reducción de esos países a su condición de productores de materias primas. El intercambio desigual ha permitido a estos países para imponerse como “ejemplares”.
Según este informe feliz (2018), Chile ocupa el lugar 25º de 157. Esto quería decir que Chile estaba casi en la curva privilegiada de felicidad con toda su basura escondida debajo de la alfombra y con todas sus vergüenzas.
Si tomamos el índice de Desarrollo Humano en el informe del 2019 se señala sobre Chile:
“Si ordenamos los países en función de su Índice de desarrollo humano, Chile se encuentra en el puesto 43 del ranking de desarrollo humano(IDH)”.
“El IDH, tiene en cuenta tres variables: vida larga y saludable, conocimientos y nivel de vida digno. Por lo tanto, influyen entre otros el hecho de que la esperanza de vida en Chile esté en 80,04 años, su tasa de mortalidad en el 6,16‰ y su renta per cápita sea de 13.457€ euros”. También muchos informes señalan que Chile es uno de los países más desiguales (lugar 15º) con uno de los peores distribución del ingreso y alta concentración de la riqueza.
Estos antecedentes, los últimos, contrastan con los grados de felicidad que señala el índice aquel. La desigualdad social, tan profunda como la de Chile o de cualquier otro país neocolonizado, echa por tierra la felicidad como forma de medir algún aspecto del desarrollo.
Sin duda el informe de felicidad (2018) fue uno de los elementos que incrementó la soberbia galopante de la clase política que con el pecho inflado quiso exportar por 30 años la “experiencia” chilena, su receta neoliberal y que llevó a Piñera declarar ante la ONU que Chile era un “oasis” y que estaba lejos a lo que ocurría en el “vecindario”. No podemos olvidar que el Pabellón de Chile en la Expo Sevilla (1992), a dos años de terminado formalmente la dictadura militar-burguesa, Chile se presentó con un Iceberg antártico de 60 toneladas proveniente de Bahía Paraíso. Ahí no hubo análisis en cuanto a la destrucción del medio ambiente eso no era tema. Patricio Aylwin, el golpista y ahora presidente, visitaba el pabellón.
La intención de la nueva dirigencia neoliberal, la Concertación, era mostrar un Chile pulcro y casi virginal, impoluto, inmaculado y sin una mancha en su historia todo con una transición pactada y con la impunidad impuesta y consolidada. La herencia completa de la dictadura quedaba debajo del iceberg de 60 toneladas. Lo que importaba era ser parte de la globalización, de los tratados de libre comercio, de mantener el sometimiento al imperialismo y gritar a los cuatro vientos que el neoliberalismo sí funcionaba. Prepotencia absoluta. Chile se transformaba en la mascota predilecta de los Estados Unidos y de la Unión Europea y de paso del FMI.
En octubre del 2018 salía información relativo al estado de la salud mental en Chile. Las cifras son alarmantes.
Se señala que el 23% de la población tiene un trastorno mental evidenciable, según la Sociedad Chilena de Salud Mental. Otros estudios señalan que un 80% de la población tiene síntomas de enfermedades mentales que no han sido diagnosticados. Ante esta realidad el Estado sólo invierte a penas el 2,1% del presupuesto nacional en salud mental. También el suicidio en niños y adolescentes entre 10 y 19 años es la segunda causa de muerte.
La realidad de las niñas y adolescentes no es muy diferente en cuanto al abandono que estas padecen. Solamente en el año 2017 hubo 427 embarazos en niñas menores de 15 años de esas guaguas cinco correspondían a su segundo hijo.
Según lo señala el Anuario de Estadísticas Vitales publicado por el INE (2017):
“Ese año nacieron 17.369 bebés cuyas madres eran adolescentes (3.801 bebés menos que en 2016). De ellos, 472 fueron de madres menores de 15 años. La mayoría de esos bebés correspondió al primer hijo de esas madres, pero en cinco casos los recién nacidos fueron el segundo hijo o hija. Es decir, eran niñas de menos de 15 años con dos bebés. Por su parte, hubo 16.897 bebés nacidos de adolescentes entre 15 y 19 años, de los cuales 81 correspondieron al tercer hijo”.
En lo concerniente al mundo laboral, en un artículo de la sección Capital Humano del 13 de junio, 2017, del diario reaccionario, El Mercurio, se señala:
“… hay 219.624 niños y adolescentes entre 5 y 18 años que ejercen algún tipo de trabajo, lo que representa el 6,5% de este rango etario”.
“Las razones, explican, no solo se deben a la ilegalidad de estas prácticas sino que también a que 197.743 menores realizan trabajos peligrosos o de riesgo. De hecho, el año pasado 340 niños sufrieron accidentes de carácter laboral, según cifras entregados por el mismo organismo”.
“Estos accidentes se registraron en su mayoría en el sector de comercio (22,7%), seguido por el área de la agricultura (19,8%) y hotelería y restoranes (18%)”.
Y continúa el artículo señalando que:
“La magnitud del trabajo infantil también se puede dimensionar en horas semanales trabajadas, las que suman, en promedio, 21,9. En tanto, los niños laboran 22,7 horas y las niñas 20,3”.
Para terminar señalando que:
“Por otro lado, del porcentaje de niños y adolescentes que trabajan, el 87% de los menores vive en zonas urbanas y el 13% en sectores rurales. Del total, el 70% pertenecen a los dos quintiles más pobres del país”.
La realidad sería tanto o más dramática si es que entráramos a la realidad del consumo de drogas, prostitución, tráfico de menores en niños en especial en los niños y adolescentes proletarios. Sin duda los índices optimos de felicidad no aplican en esta realidad.
Más cifras:
Según la Unicef (2017)
La población total, aproximada, de Chile es de 17.574.003 de los cuales el 43% son niños, niñas y adolescentes de entre 0 a 17 años (4.259.155) siendo el 87.4% de ellos de zonas urbanas y 12,9% pertenecientes a los pueblos originarios como 2,8% a familias de otros países.
3.298.185 son los niños y adolescentes insertos en el sistema escolar donde el 36,8% asiste a colegios muncipalizados (educación pública) y 51,9% a colegios particular-subvencionados (educación semi privada y que ha cooperado en la generación de la industria de la educación siendo el lucro de este derecho humano su principal característica. 62,5% de los cuidadores reconoce aplicar métodos violentos para “disciplinarlos” y en su crianza siendo un 32,5% la agresión física, 56,9% la agresión psicológica. 13,9% de niños y adolescentes viven en situación de pobreza por ingreso como 22,9% en situación de pobreza multidimensional, y el desastre sigue.
Si la dictadura de Pinochet asesinó a 307 niños, la democracia desde 1990 no lo ha hecho muy diferente.
Si a partir del 2006, y en medio de las manifestaciones de estudiantes secundarios la policía militarizada arremetió con todo su fuerza y terrorismo contra los adolescentes que exigían una mejor educación, esa represión se hizo costumbre también el 2011 y durante el estallido social. No sólo fueron los lumazos y palos, los gases lacrimógenos en la lucha callejera sino que muchos fueron torturados, muchas abusadas sexualmente por los policías depredadores y otros jóvenes fueron asesinados. También los colegios de enseñanza básica de las comunidades mapuches han sido allanados y los menores aterrorizados.
Pero la violencia del Estado no sólo lo han ejercido las policías sino también se ha ejercido al interior del Servicio Nacional de Menores que ha construido redes de prostitución y abuso sexual, tráfico de órganos y asesinato de menores en riesgo social.
Todo esto ocurre, y mucho más, mientras la clase dominante aumenta su poder y riquezas, los concentra cada vez más y se vuelve más sanguinaria en la defensa de sus intereses bastardos.
El estallido social y la pandemia ha permitido el develar la situación apremiante del pueblo de Chile y en especial de los niños y adolescentes que también han sido víctimas de abusos sexuales al interior de las iglesias católicas y protestantes.
Este es sólo la punta del iceberg, el mismo de la Expo 92, de nuestra realidad, realidad que han intentado ocultar al mundo con la finalidad de mostrarse eficiente en los métodos de explotación y represión (que es lo mismo) ante sus amos imperiales.
Si quienes explotaron en rabia y cólera en octubre, 2019, tienen hoy alguna duda de continuar con el estallido social, tal cual se conoció, al leer este artículo limitado en su información social, bastaría para salir a la calle y dejar suelta la rabia que estas cifras generan. La rebelión está plenamente justificada. Nuestros niños no dibujan sonrisas en sus rostros, no le vemos sus dientes solamente sus ojos y rostros de sufrimientos, de pena y de desesperación.
Solamente rompiendo todas las cadenas podremos ver a nuestros niños y adolescentes sonreír, y podremos haber alcanzado la categoría de pueblo feliz.