LA COMUNA DE PARÍS Y LA REVUELTA SOCIAL EN CHILE

CONVERTIR LA REVUELTA EN REVOLUCIÓN

LA COMUNA DE PARÍS Y LA REVUELTA SOCIAL EN CHILE

“París no podía ser defendido sin armar a su clase obrera, organizándola como una fuerza efectiva y adiestrando a sus hombres en la guerra misma. Pero París en armas era la revolución en armas”.

Karl Marx, Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871

Este 2021 se conmemora los 150 años de la Comuna de París. Su importancia radica en que fue la primera vez que la clase obrera se hace del poder aun cuando haya sido por un período breve. En su momento este hecho constituyó un impulso y ejemplo para el conjunto del proletariado internacional pero también de ello se extrajeron enseñanzas que sirvieron posteriormente para que desde ellas pudiera avanzar el proletariado ruso y triunfar en 1917.

Curiosamente, aun cuando hayan transcurrido 150 años las lecciones que dejó la Comuna de Paría se siguen repitiendo aun en lugares alejados de París como bien puede ser Chile.

En 2019, se produjo en Chile la mayor de las revueltas sociales, y más prolongada, casi cinco meses interrumpidos, que quizás haya conocido la historia de este pequeño país sud americano. Las masas se volcaron a las calles a lo largo y ancho del país, ocuparon las avenidas principales de las ciudades, los territorios y poblaciones y ejercieron en forma masiva la violencia popular.

Ante esta situación de levantamiento, la clase dominante, al igual que la realeza de antaño, respondió con las armas y ejército que ya posee como también con la brutalidad conocida. Las muertes se produjeron a horas de comenzada la revuelta como también los heridos, mutilaciones y todo tipo de tropelías. Una clase dominante desconcertada y envuelta en pánico respondió con el derramamiento de sangre y con la declaración de la guerra contra un enemigo implacable como lo señalara Piñera. La guerra desde el Estado Opresor había sido declarada. Las fuerzas militares en las calles con el pueblo al frente, aunque desarmado.

A días de comenzada la ofensiva popular comenzaron a aparecer los vacíos y comenzaba a asomar la salida que se impondría.

A poco más de un mes de comenzada la ofensiva popular, la clase dominante en su conjunto se une, (más allá de esa ilusión de representarse en partidos de “izquierda”, centro y derecha) y firma el Acuerdo Nacional por la Paz y una Nueva Constitución, 25 de noviembre. Con ello ponían en el centro el “interés nacional” al igual que en la Comuna de París el acento lo pusieron en la patria o patriotismo. Al poner el “interés nacional”, salvar la democracia burguesa como elementos centrales, el Estado de Derecho, las demandas fundamentales que en el caso de la Comuna era el socialismo, pasaron a segundo plano. La clase dominante había triunfado, quizás momentáneamente, en reencauzar esa energía popular hacia sus propios objetivos y separarlos de los objetivos que inicialmente tuvo el proletariado.

La condena a “la violencia venga de donde venga” apareció cual mantra cuyo fin fue, y ha sido siempre, desarmar ideológica y programáticamente al proletariado como abortar la posibilidad que las masas comprendan la importancia del ejercicio de la violencia revolucionaria para conquistar sus objetivos inmediatos y estratégico como es la revolución y la toma del poder. Ante este discurso conocido, las izquierdas fueron incapaces de sustentar la legitimidad del ejercicio de la violencia popular / revolucionaria no solamente desde el discurso sino también desde lo práctico. La declaración de guerra realizado por la burguesía en la persona del presidente de la República, y toda la avanzada represiva, no tuvo al frente una fuerza militar popular organizada que le hiciera frente sino a un pueblo movilizado y sin conducción revolucionaria sino sumido en el espontaneísmo, en la improvisación que arrojó un alto costo social en vidas, heridos, mutilados y en mujeres violadas.

Ante esta ofensiva reaccionaria, el Acuerdo Nacional no tardó mucho tiempo en obtener los frutos. Si la revuelta social fue en contra del modelo neoliberal, desde la óptica progresista y oportunista, o contra el capitalismo, desde la óptica revolucionaria, como también contra los administradores y sustentadores del modelo, a saber la casta política, la política nacional comenzó a girar precisamente en lo que hacían, dejaban de hacer, decían o dejaban de decir esa casta política desprestigiada y repudiada que nadie quería, por lo menos eso era lo que se escuchaba desde las barricadas.

Del Acuerdo Nacional se saltó al Plebiscito de Octubre (2020), y del Plebiscito a la elección de los constituyentes para la Convención Constitucional. Desde los movimientos sociales hasta las más diversas corrientes de las izquierdas concurrieron a inscribir listas para las elecciones olvidando el origen de la revuelta social, de ese pueblo agolpado en las calles ejerciendo la violencia popular y olvidando fundamentalmente las lecciones de la Comuna de Paris ocurrida hace 150 años con la gran diferencia que en esa época el proletariado sí había logrado tomarse el poder y en el caso de Chile la clase dominante, los ricos no habían cedido ni la más mínima cuota de su poder y habían logrado que el proletariado chileno movilizado volviera al redil burgués y a jugar dentro de la institucionalidad.

Pero, ¿por qué se vuelve al redil de la institucionalidad burguesa?

El origen puede ser variado y que va desde los mismos, y de siempre, conciliadores de clase que gustan en abrazar el electoralismo y pacifismo burgués como sus armas predilectas. También porque desde las izquierdas aparecen concepciones socialdemócratas revestidas de rupturistas con nuevos discursos atractivos ante las masas, pero sin una dirección clara y/o clasista. Porque desde sectores de la izquierda revolucionaria, ante sus propias falencias ideológicas y orgánicas, caen en el juego llamando a apoyar a los candidatos revolucionarios a la constituyente y otros porque simple y llanamente son traidores a los intereses de la clase proletaria.

Cual más o cual menos, la burguesía logra atraerlos a su juego a unos para siempre y a otros en forma momentánea sea cual sea el caso los atrae y el pueblo, que en su mayoría no concibe al Estado y al gobierno (a los políticos) como las herramientas eficaces para resolver sus problemas y que en su mayoría no concurren a votar (60% de abstención electoral), con todo, estas izquierdas llaman al pueblo a confiar, de alguna forma, en aquello que la masa ha avanzando precisamente en repudiar.

Pero, la explicación de fondo es otra.

Esta concurrencia, y proliferación de listas a la Convención Constituyente (alrededor de 180 listas) y la orfandad en que se encuentra el proletariado chileno se debe a que, y al igual que en la Comuna de París, no existe una dirección revolucionaria, no existe un partido revolucionario que asuma la construcción de una fuerza desde y al interior del pueblo que sea capaz de conducir la revuelta social, despojarse de ese “interés nacional” y poner en el centro los intereses de la clase, a saber la revolución y el socialismo. Ese partido revolucionario, y ante la declaración de guerra como la paciente construcción del enemigo interno que realiza la clase dominante, no puede ser abierta, sino que debe ser una construcción cerrada pero también se debe dar desde la ideología revolucionaria y desechar todo contrabando ideológico, o préstamo ideológico provenientes de la ideología dominante para solucionar los problemas del proletariado. Armar ideológicamente a las masas es esencial y dotarle de una organización de nuevo tipo fundamental. Esto no existe o existe en forma muy débil.

Pero eso por si sólo no es suficiente. La lucha callejera y el ejercicio de la violencia popular no es suficiente si ese ejercicio se basa en la espontaneidad, en la improvisación y no desde la organización material de esa violencia popular para transformarla en violencia revolucionaria. El derecho a la autodeterminación de los pueblos también se ejecuta a través del derecho que le asiste a los pueblos a la rebelión, a la revolución y a la autodefensa para cual se debe organizar en ese plano, también. Esto tampoco existe o existe en forma muy débil.

Pero si lo anterior es de suma importancia también lo es la construcción de un frente único que pueda concentrar en él a la más amplia expresión de organizaciones del proletariado, pero bajo la dirección de los revolucionarios desde el pueblo mismo con la finalidad de masificar y ampliar hasta el cansancio la lucha. Tampoco existe o existe en forma muy débil.

Si esos tres elementos son ya vitales, y si la ideología revolucionaria es de suma importancia, también lo es contar con una estrategia revolucionaria de poder y su respectiva táctica, como también con el programa necesario para el período como un cabal análisis de lo qué es Chile en realidad, cuáles son las fuerzas imperialistas que dominan la economía, y en qué sectores estratégicos, en qué etapa se encuentra el capitalismo en Chile y según eso, entre otros aspectos, determinar la lucha y sus formas. Tampoco existe o existe en forma muy débil.

Todas estas inexistencias nos demuestran que a pesar que han transcurrido 150 años de la Comuna de París no hemos sido capaces de extraer sus enseñanzas, hemos sido incapaces de no volver a caer en los mismos errores sino que hemos sido capaces de cometerlos nuevamente en forma aumentada por cuanto tenemos ya los antecedentes previos y por lo tanto no hay excusas para caer en esas mismas falencias.

A 150 años de la Comuna de París la cuestión que se sigue planteando es: ¿cómo convertir una revuelta popular en una revolución? ¿cuáles son los elementos para que eso suceda? La respuesta es evidente. La Revolución Bolchevique, la Revolución Popular China, entre otras, aprendieron la lección, extrajeron de la experiencia comunera el análisis preciso que condesaron, quizás, en los tres elementos fundamentales: revolución, socialismo y dictadura del proletariado todo sin el ejercicio de la violencia revolucionaria hubiese sido imposible.

Veamos qué dice Lenin sobre la Comuna de París (“Las enseñanzas de la Comuna de París”)

“Pero dos errores destruyeron los frutos de la brillante victoria. El proletariado se detuvo a mitad de camino: en lugar de comenzar la «expropiación de los expropiadores», se puso a soñar con implantar la justicia suprema en un país unido por una tarea nacional común; instituciones tales como, por ejemplo, los bancos, no fueron incautadas; la teoría de los proudhonistas del «justo intercambio», etc., dominaba aún entre los socialistas. El segundo error fue la excesiva magnanimidad del proletariado: en lugar de eliminar a sus enemigos, que era lo que debía haber hecho, trató de influir moralmente sobre ellos, desestimó la importancia que en la guerra civil tienen las medidas puramente militares y, en vez de coronar su victoria en Pa- rís con una ofensiva resuelta sobre Versalles, se demoró y dio tiempo al Gobierno de Versalles a reunir fuerzas tenebrosas y prepararse para la sangrienta semana de mayo”. Y más adelante continúa:

“Al tener en cuenta las enseñanzas de la Comuna, sabía que el proletariado no debe despreciar los medios pacíficos de lucha –que sirven a sus corrientes intereses de cada día y son indispensables en el periodo preparatorio de la revolución–, pero jamás debe olvidar que, en determinadas condiciones, la lucha de clases toma la forma de lucha armada y de guerra civil; hay momentos en que los intereses del proletariado exigen el exterminio implacable de los enemigos en francos choques armados. El proletariado francés lo demostró por primera vez en la Comuna, y el proletariado ruso lo confirmó brillantemente en la insurrección de diciembre”.

“No importa que estas dos magníficas insurrecciones de la clase obrera hayan sido aplastadas; vendrá una nueva insurrección ante la cual serán las fuerzas de los enemigos del proletariado las que resultarán débiles, y que dará la victoria completa al proletariado socialista”.  

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