CHILE: ¿CÓMO ESTÁ LA CLASE TRABAJADORA?

CHILE: ¿CÓMO ESTÁ LA CLASE TRABAJADORA?
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La realidad de los trabajadores es dramática. No sólo altos niveles de endeudamiento como consecuencia de los bajos sueldos y altos costos de la vida (Chile se encuentra entre los 15 países más desiguales del mundo) sumándose a ello la ausencia de una fuerza sindical organizada y fuerte que sirva como un instrumento efectivo de lucha.

La última experiencia sindical de importancia fue la Central Única de Trabajadores (CUT) nacida en 1953 y que dominó los destinos de los trabajadores hasta el golpe de estado de 11 de septiembre, 1973. Esta fue producto de una paciente acumulación de fuerzas en la cual estuvieron presentes la división del movimiento sindical que reflejó tanto la disputa entre los partidos socialistas y comunistas, la aparición de nuevas organizaciones revolucionarias como la crisis del capitalismo.

Su primera declaración de principios (1953) era clara y su lema "la emancipación de los trabajadores es obra de los propios trabajadores" elocuente.

“El régimen capitalista actual fundado en la propiedad privada de la tierra, de los instrumentos y medios de producción y en la explotación del hombre por el hombre, que divide a la sociedad en clases antagónicas, explotados y explotadores, debe ser sustituido por un régimen económico social que liquide la propiedad privada hasta llegar a la sociedad sin clases, en la que se asegure al hombre y a la humanidad su pleno desarrollo, […] La Central Única de Trabajadores realizará una acción reivindicacionista encuadrada dentro de los principios y métodos de la lucha de clases, conservando su plena independencia de todos los Gobiernos y sectarismos político partidistas. Sin embargo, la Central Única de Trabajadores no es una central apolítica: por el contrario, representando la conjunción de todos los sectores de la masa trabajadora, su acción emancipadora la desarrollará por sobre los partidos políticos, a fin de mantener su cohesión orgánica. […] La lucha sindical es parte integrante del movimiento general de clases del proletariado y de las masas explotadas, y en esta virtud no puede ni debe permanecer neutral en la lucha social y debe asumir el rol de dirección que le corresponde. En consecuencia, declara que los sindicatos son organismos de defensa de los intereses y fines de los trabajadores dentro del sistema capitalista. Pero, al mismo tiempo, son organismos de lucha clasista que señalan como meta para la emancipación económica de los mismos, o sea, la transformación socialista de la sociedad, la abolición de clases y la organización de la vida humana mediante la supresión del estado opresor." (CUT, 1953)

El golpe de estado no sólo eliminó las conquistas alcanzadas por el movimiento sindical hasta esa fecha sino que también fue capaz de eliminar todo vestigio de contenido rupturista al interior de los antiguos partidos obreros nacidos a principios del siglo XX lo que se tradujo, también, en una acelerada burocratización y coaptación del movimiento sindical convirtiéndose en agencias de los partidos reformistas como centros de poder fundamentales en la futura transición pactada hacia la “democracia” y como freno para el desarrollo de una verdadera conciencia de clase como también un freno para la aparición de una organización clasista continuadora de la CUT (1953)

Como era de esperar, una vez terminada la dictadura, formalmente, (1990) el consenso político entre los partidos del la oposición a la dictadura también se tradujo en la formación de la Central Unitaria de Trabajadores donde la hegemonía la tuvo por años la Democracia Cristiana, el Partido Socialista y los partidos de la Concertación donde una de las organizaciones de trabajadores de mayor peso en el país, Colegio de Profesores (organización creada por la dictadura) se encontró entre las organizaciones que le dieron vida. Si la antigua CUT mantuvo su carácter anti capitalista y anti imperialista la nueva CUT perdió todo ese contenido afiliándose a Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS) que a la vez cuenta con el apoyo de la CIOSL-ORIT. Cabe señalar que la CIOSL fue creada en 1949 como escisión de la Federación Sindical Mundial (comunista) y que se mantuvo hasta el 2006 donde se disuelve para dar forma a la Confederación Sindical Internacional (sindicatos libres). En la actualidad, aparte de la CSI se mantiene la FSM junto con la expresión anarquista AIT / Confederación Internacional del Trabajo.

Según datos de la Dirección del Trabajo (2018), la sindicalización de trabajadores alcanza al 14% 1.176.915 trabajadores). De estos trabajadores el 12,7% (1.067.340) se encuentra afiliado a alguna de las tres centrales existentes (Central Autónoma de Trabajadores, 1995, y Unión Nacional de Trabajadores, 2005, ambas desprendimientos de la CUT. Estos desprendimientos sindicales también se encuentran afiliadas a la CIOSL). La Cut se ha visto envuelta en gravez casos de corrupción como en casos de fraude electoral al momento de elegir a sus autoridades lo ha provocado el alejamiento de confederaciones de trabajadores.

A estas centrales burocratizadas, vendidas, se suma el intento de crear otra central sindical destinada a agrupa a los trabajadores de la empresa privada, Centran de Trabajadores de Chile, conformada por antiguos dirigentes, también corruptos de la CUT, la cual no ha podido avanzar y también la aparición de la Central Clasista de Trabajadores.

La mayoría de los 8.406.530 trabajadores y trabajadoras no se encuentra afiliado a un sindicato ni menos representado por las centrales sindicales burocratizadas (otra expresión de la “clase política”) lo cual ayuda a la imposición de las políticas empresariales y a la continuidad del modelo neoliberal de explotación.

¿Cómo está el neoliberalismo?

La Fundación Sol ha sido fundamental en dar a conocer la realidad chilena en términos simples y alcanzables para el común de la gente (pedagógica). En tal sentido es necesario conocer los grados de desigualdad en Chile plasmado en el siguiente artículo del economista Gonzalo Durán 2021, Fundación Sol).

“A grandes rasgos, el mundo del trabajo en Chile resalta por cuatro aspectos distintivos: es inestable, con problemas serios de seguridad social, plagado de bajos salarios y con altísimos desequilibrios de poder entre empleadores y trabajadores organizados”.

“Es inestable puesto que casi el 30% de los contratos de trabajo son a tiempo fijo, pero, además, ya que la mitad de quienes logran acceder a contratos indefinidos tienen una duración efectiva en su empleo menor a 15 meses. Tiene serios problemas en la seguridad social puesto que cerca del 30% de quienes trabajan remuneradamente lo hacen desde la informalidad, sin protección social alguna, pero, además, porque incluso quienes sí cotizan enfrentan un sistema de pensiones que no logra entregar pensiones suficientes; de hecho, si sólo se considerase el dinero de las pensiones contributivas cómo única fuente de ingreso, la tasa de pobreza para las personas de 60 años y más sería mayor a un 38%”.

“El tercer rasgo clave son los bajos salarios y su relación al costo de la vida. En Chile 1 de cada 2 personas con trabajo gana US$590 o menos. Dicha cifra es baja en relación al costo de vida mínimo, sobre todo considerando que en Chile la mayoría de los llamados derechos sociales (educación y salud, por ejemplo) se encuentran altamente mercantilizados y por lo tanto deben financiarse del bolsillo de las personas. Para situar esa cifra en relación a la capacidad o poder de compra, un ejercicio útil es compararla con la línea de pobreza para un hogar de 4 personas. En 2018, el valor de dicha línea era de US$636, por lo tanto, el 57 % del total de ocupados en Chile no podría sacar a una familia promedio de la pobreza (64 % en el caso de las mujeres y 52 % para los hombres). La consecuencia son los altos niveles de endeudamiento (sobre 11 millones de personas, inclusive más que la población ocupada, en un país de 18 millones de habitantes) y morosidad (casi el 30% de la población en edad de trabajar)”.

“El cuarto rasgo se refiere a los desbalances de poder entre el trabajo organizado y los empresarios. En Chile, la balanza se inclina hacia un evidente vencedor: los empresarios, quienes se favorecieron enormemente de las políticas anti sindicales perpetradas por el dictador Pinochet hacia fines de los años 70 y que luego fueron consolidadas por los gobiernos post autoritarios. La faceta más elocuente es que en Chile los sindicatos son una excepción, y, dónde los hay, éstos aparecen en forma fragmentada, en miles de pequeñas expresiones (existen casi 12 mil sindicatos) sin poder organizacional real, salvo contados casos. La negociación colectiva en Chile se ejecuta entre sindicatos que se constituyen en cada empresa e incluso en cada departamento dentro de la empresa y su contraparte empleadora. No existe legalmente la negociación colectiva por área de actividad económica, lo que impide una presión conjunta. A ello se suma el hecho de una importante y creciente participación de empresas contratistas que fragmentan aún más el territorio laboral. De este modo, casi un 90% de los asalariados no acceden a un contrato colectivo de trabajo y las decisiones en su lugar de trabajo son tomadas unilateralmente. A partir de la última década se registran experiencias de lucha sindical que han logrado romper en parte el desbalance, pero dada la enorme pulverización sindical y la dominación social a través del endeudamiento, hay una mayoría que no logra contestar la extrema explotación empresarial”.

Estallido Social y Pandemia.

Lo que aquí se expresa, esencialmente en lo que nos señala Gonzalo Durán, es uno de los elementos que dio origen al estallido social donde las centrales sindicales burocratizdas no tuvo la conducción y por el contrario actuó como freno de mano para que se hubiese derrocado el gobierno de Piñera y haber abierto una salida popular a la crisis del capitalismo. El estallido social (octubre, 2019) fue un movimiento, aun en desarrollo, espontáneo y sin conducción.

Los altos grados de represión y terrorismo donde se arrojó 35.000 personas judicializadas, 5000 presos políticos, casi 300 casos de trauma ocultar, 2 personas completamente ciegas, casi 300 denuncias por torturas y abusos sexuales contra mujeres por parte de las fuerzas represivas y 35 personas asesinadas sólo muestran el nivel de dispersión como también la ausencia del movimiento sindical.

La pandemia-cuarentena fue el escenario propicio para profundizar el modelo neoliberal aprobando todas las leyes que en circunstancias “normales” hubiese sido imposible. Se precarizó aun más el trabajo (teletrabajo), se impuso la flexibilidad laboral, se obligó a los trabajadores a financiar la crisis mediante el uso del seguro de cesantía y el cobro del 10% de sus fondos de pensiones (2 veces y va una tercera). Se permitió el despido masivo y el congelamiento de la relación laboral, y la cesantía / miseria fue sometido a la entrega de bonos / subsidios que no resuelven de modo alguno la tragedia de los hogares proletarios. A esto se sumó el despliegue de 74.458 efectivos militares y policías durante la pandemia bajo la excusa de “ayudar” a la no propagación del virus (militarización de la pandemia). Las burocracias sindicales guardaron silencio y optaron por negociar con el empresariado a espaldas de los trabajadores, nuevamente.

La construcción de un instrumento revolucionario y clasista: nudo fundamental del programa del proletariado.

De lo anterior, podemos concluir, algo que no es nada nuevo, que lo fundamental para conquistar una vida digna es la construcción de un instrumento revolucionario y de un movimiento sindical clasista. Por más estallido que se produzcan, la paralización de la producción económica, y en especial de los sectores estratégicos productivos, resulta esencial en el camino de una Huelga General Productiva. Esta paralización se debe dar tanto desde la combatividad de los territorios (población) como desde dentro de las empresas (sindicalismo revolucionario) que en ambos casos requieren de la conducción o dirección revolucionaria.

Para lograr lo anterior es necesario la desburocratización del movimiento social, sindical, del movimiento de los trabajadores, despojarlo de aquellas prácticas y dependencias tanto con los partidos burgueses-reformistas como del empresariado-Estado y transformarlo en un movimiento que sea capaz de transformar el estallido social en un movimiento revolucionario. De lo contrario, el proletariado no será capaz de transformar las crisis cíclicas del capitalismo, por profundas que sea, en una oportunidad para desbancar a la clase dominante. Los estallidos serán tan cíclicos como la crisis del capitalismo sucediéndose unos tras otros. ¡TRABAJADORES EL PODER!

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